28 feb 2018

Hasta que la muerte los separó



Víctor era su risa. Víctor era la mitad de Laura. Víctor era su risa y su conversar. Hablar lo suficiente, y más, para hacer reír, para hacernos llorar de risa. Como una misión encomendada. Cuando Víctor se reía era como si se inventara un mundo sonoro, como si cantaran mil gansos, se le inflaba el cogote, se tapaba la boca como para que no salga esa locomotora aguda, esa cosa sonora y ampliada que era su risa y finalmente bramaba. Su risa era algo a mitad de camino, como un llanto conciente y otro poco como la risa de Patán. Luego la risa se descontrolaba y el propio Víctor se convertía en otra cosa, la carcajada lo poseía y en el escalón ultimo de ella solía decir “Y bue”, o, “En fin” y se acomodaba el pelo. Nada quedaba en su lugar después de su risa. Cuando se reía desde su casa de Villa Elisa, se la oía incluso desde el quincho de la abuela Luci, la casa lindante. Atravesaba cercos, subía por ese palo borracho fenomenal que él mismo había hecho germinar, cruzaba esos 35 metros de parque y llegaba hasta todos nosotros. La abuela decía “¡Víctor!” como si hiciera falta la aclaración. Esa risa era única. Como lo es la de Julia, mi hermana. A veces la abuela se reía de esa carcajada, otras no y ponía una cara como diciendo “Ay esa risa” como aquel día que cantábamos todos juntos, a la abuela se le había dado por reunir a todos los Oyhanarte, y mientras cantábamos Víctor hizo algo con la voz, algo raro que la abuela entendió como inapropiado, ella estaba compenetrada como si estuviera cantando en el Colón. Luego, en ese instante de silencio que se hace luego de entonar la última palabra de la última estrofa, Víctor dijo “Se imponía un falsete” Nosotros que habíamos notado el gesto musical, lloramos de risa ante su explicación, la abuela en cambio (si mal no recuerdo) le dirigió una mirada lúgubre y acto seguido echo a reír ante la explicación de Víctor. “Víctor por qué haces eso??” preguntó, y Víctor repitió, “Se imponía un falsete, Luci”, los brazos echados hacia atrás, sujetándose una mano con otra a la altura de la cadera, los ojos vidriosos de risa.

Cuando Víctor hablaba era como una misa, por lo largo y por el silencio de la audiencia. Cuando era chico, una de sus tías, Totaro, le hizo un babero que decía “Come y calla” El mensaje era claro. Aun así era difícil no oírlo, no sentirse interesado por lo que decía. Víctor conocía Buenos Aires a la perfección, sus calles, sus bares, esos rinconcitos soñados, esas cúpulas imponentes. Podía decirte “En la esquina de tal calle y tal otra había un sastre, hacían una pilcha ahí…” o “Bueno, en esa calle había un bolichon, hará unos 20 años, se comía muy bien. ¡Hacían unas tortillllaasss!” Víctor encontraba en la espesura del relato el motivo del relato, a veces no había un remate, algo necesariamente graciosos, pero un poco por lo que hablaba, a la cantidad me refiero, dentro del relato había otro relato igual de interesante y/o desopilante. A veces en cambio venia en un tono monocorde, sin demasiada expectativa, un relato chato, y de repente aparecía una ordinariez de las que sus sobrinos no siempre estábamos acostumbrados a oír. Como ese día que contó que un hermano suyo se había atado la pija (textual) con hilo para que no se le notara la erección durante un baile de riesgo en aproximación a una dama. Nosotros descubríamos mundos en esos relatos, el suyo propio, y el nuestro por venir. Un día me contó que la noche que Firpo peleó con Dempsey, desde la cúpula del Palacio Barolo, el punto más alto de la ciudad de la Bs.As de entonces, se comunicaban con el Palacio Salvo, edificio mellizo en Montevideo, para tomar la señal de radio dado que el box en Argentina estaba prohibido, así se iban pasando las alternancias de la pelea. Peleaban en EE.UU pero en Uruguay la transmisión era legal. Además, según me contó, se había convenido que, en caso de que ganase Firpo, se encendería una sirena azul para comunicar la victoria a los porteños, mientras que si el triunfo pertenecía a Dempsey la sirena sería roja. Historias así de geniales, así de Víctor.


Víctor era ese tío que llevaba las cosas un poco más allá de lo permitido y establecido, en el vocabulario, en la propuesta del vínculo con sus hijos y sus sobrinos, sacar temas porque sí solo para conversar eso lo hacía solo él. Una vez, ya de grande, Víctor le comentó a uno de sus sobrinos que estudiaba sociología que él había leído un artículo de un biólogo que había descubierto el gen de la pobreza. Ese descubrimiento daba por tierra con gran parte de la teoría social conocida. Lógicamente que era mentira, o más que mentira, era una provocación a Santiago para que él tuviera que refutar el supuesto descubrimiento, Víctor quería charlar. A Víctor le gustaba tanto charlar que llegó a decir que iba a poner una pizarra junto a la mesa donde cenaban, para anotar los temas que tenía para abordar y que eran olvidados, o puestos a un costado, por la propia conversación/dinámica familiar. En la enorme y desmesurada pileta de mis abuelos (12 de largo x 6 metros de ancho), Víctor requería que sus sobrinos e hijos permanecieran cerca de él para poder oír la conversación y participar de ella. Víctor era un contador de historias. En ese ajetreo había dos cosas, seguro que más, a las que casi siempre volvía: Perón; y los trenes. Siempre había una referencia, una circunscripción, que lo llevaba ahí. Víctor volvía a su infancia a través de la palabra. Alguno podrá pensar que esto es obvio, a lo de Perón me refiero, en cualquier persona de su edad, y tal vez tenga razón. Pero resulta que la familia de Laura, su compañera de siempre, o sea la familia de mi mamá, eran radicales hasta las verijas, tanto que hay una foto de mi abuelo o bisabuelo Tata, metido en un arroyo del delta con el agua al cuello y la boina blanca puesta en la cabeza. Entonces para nosotros, y sobre todo en los últimos años, ese registro de Perón y del pueblo feliz era algo que a mis primos, sus hijos y a mí, nos unió más a él. Creo.     


Víctor me enseñó a nadar, junto con mi papá, me enseñó a nadar. Víctor y papá, los dos peronistas de la familia. Una historia que ya no es. Víctor se ponía en la parte baja de la pileta de la quinta de nuestros abuelos, ese edén, ese hormiguero de gente, ese boomerang de la memoria colectiva que forjó, en algún sentido, lo que hoy somos, y allí alzaba a sus hijos y sobrinos, giraba en círculos y con su inequívoca voz tarareaba el vals, tararararara, ta-ra, ta-ra, tarararara-tará-tará, tararararaaaa-tarara, tararararará. Y curiosamente, o no, ahora que entre los primos varones cruzamos recuerdos vía wapp, reconozco en esa anécdota que esa misma melodía es la que yo le canto a mis hijos en nuestra pileta. Lo hago mecánicamente, sin saber de dónde venía esa acción, sin saber que era un recuerdo dormido que hoy San me hace reflotar. Era Víctor el que nos hacía eso a nosotros cuando éramos chicos. Así estas en nosotros Víctor.  
El fin de semana vimos la película Coco, de Disney. La película muestra en qué consiste el día de muertos para la cultura mexicana bajo el prisma de una familia humilde, de su propia historia familiar. Allí se ve que durante ese día de muertos, los vivos veneran a aquéllos para que los muertos vengan a visitarlos. A diferencia nuestra, todo eso se hace en un contexto de cierta alegría y por sobre todo se desarrolla como una festividad. Además de lo emotivo la película tiene muchos méritos argumentativos. Uno que me gusta mucho es ese que gira alrededor de que incluso los muertos pueden volver a morir, o mueren verdaderamente solo cuando son olvidados por sus familiares. Vos Víctor quédate tranquilo, difícilmente puedas ser olvidado por todos nosotros, porque nosotros te recordamos en todas tus múltiples anécdotas, tu “nneeeennneee” para llamar la atención de algunos de nosotros cuando estábamos jodiendo demasiado o estábamos por romper algo. Víctor no nos retaba, no recuerdo haberlo visto de mal humor o fastidiado por algo. Apenas tenía una maldad, un rasgo de malicia cuando describía físicamente a las personas, para ello había un lenguaje propio inventado por el él y su familia, ojipulgui para referirse a alguien que tenía ojos diminutos, o “esta para rajarlo con la uña” cuando alguien había engordado de golpe. Pero prevalecen “bublisiusss” cuando cantaba un pájaro determinado que la memoria familiar no alcanza a recordar, o el día que cantando en aquella reunión familiar, en medio de la canción vos cantaste “duuuuu”, llamando la atención de todos nosotros y provocando nuestra risa, después lo hacías a cada rato y la abuela Luci volvía a poner cara de que estabas arruinando la canción. Ese “duuuu” era algo que Martín Carrasco hacía en el coro para joder a la profesora, la nota marcada era do, y el cantaba “duuuu”, según contaste. Pero nada más que eso. Cosas así, pícaras, como de película italiana. Víctor era un buen tipo, tal vez el tipo más bueno, querible y adorable que haya conocido. Haberte conocido hizo nuestras vidas más alegres. Y a tu hermosa familia, feliz.
Víctor y Laura eran como una sola cosa, iban y venían juntos hace 48 años. Víctor fue quien presentó a mi mamá y mi papá cuando estudiaban en la universidad. Laura y Víctor va todo junto, se pronuncia de corrido como Vicente López y Planes, como Mar Azul, todo junto, como un lugar al que se refiere, una cosa, Tafí del Valle, ellos dos, uno, una entidad y la gente entendía. Laurayvíctor. Laura y Víctor se dice, no se dice Víctor y Laura, que quede claro. Laura y Víctor charlaban, cómo charlaban, aunque ahora que lo escribo pienso que en la familia Carrera-Oyhanarte, el verbo que se usa es conversar. Lauta y Víctor conversaban, se divertían, iban a Bs.As a pasar una noche allá, iban al cine, y a cenar. Víctor era un tipo que veía cine de una manera compulsiva. En su momento cuando apareció Videomanía, debe haber sido de los que más alquilaba, sabía un vagón de cine, se le podía preguntar cualquier cosa, “Víctor te acordas esa película en la que trabajaba Marcello Mastroianni  en la que él tipo bla bla bla –uno le contaba el argumento-, como se llamaba??” Y por ahí no en el momento pero al rato te decía, “Ignácio –Víctor acentuaba la a- se llamaba Los desconocidos de siempre” Cosas así. Eso hacía que Víctor recordara frases o diálogos de película, pero su imposibilidad para los idiomas lo trampeaba y reproducía las frases según lo que él oía, lo hacía como podía, no lo que el actor decía, entonces tenía frases como latiguillo, “what so mari with you”, o “Is enivary here??” Por Dios!!! Decías que te ibas a ir a Italia y que como no sabías el idioma te ibas a llevar imágenes, fotos, recortes de las cosas que podías llegar a pedir para mostrarlas cuando fuera necesario y el idioma una imposibilidad: un café, una pizza, unas pastas. Te imagino sacando recortes en un restaurante. Qué absurdo Víctor!!!
Víctor amaba el buen vino, se acercaba y de la nada te decía “Ignacio, la semana pasada probé un vino de bodegas Ruiz Casal, muy bueno” Quería charlar. Laura y Víctor llegaban juntos a los cumpleaños, en los últimos años a Víctor, como a todos, se le dio por la cerveza artesanal. Le gustaba tomar y Víctor tomaba. A eso de las 16 o 17 horas, cuando el común de la gente deja de beber y los primeros mates circulaban entre pasta frola y tarta de coco, uno se le acercaba para ofrecerle, le decías, “Víctor, más cerveza??” y él con ese elogio de los movimientos mínimos decía “Bueno, un vasito” y extendía el vaso. Tomaba a la par nuestro. Hace dos años me escribió de la nada, “Hola, soy Víctor. Pongo dinero para alquilar una chopera para el cumpleaños de Mariu. Saludos” Un capo.    

Víctor murió el sábado a las dos de la tarde, se fue apagando, lento, cansino en el andar, medio como siempre, medio sin llamar la atención, salvo por su risa, tenía 77 años y no aguantó el cáncer que lo devoró. Se fue sin escándalos y sin tragedias, creo que hasta en eso has sido vos. Saludaste a los tuyos y te fuiste. Sin embargo estas inquieto acá, en el pecho izquierdo como dice la canción, en la memoria rebalsada de anécdotas  y en el eco de tu risa, la risa de todos pero sobre todo la de Laura. Y así te vas, lerdo, rodeado de tu familia, adentro de un cajón sobrio, llorándote todos, extrañándote ya, reprochándonos el campamento que hace tres años no logramos concretar para emular aquél gran hito familiar que fue el campamento en Punta Indio. Con esa carraspera, caminando, suena el ruido de los tilos del cementerio, crujen las llaves colgando de tu jean flaco, camino al cielo Víctor, seguro, porque no hay donde más cobijarte y no mereces otra cosa que paz, amor eterno y la memoria ardida.

4 comentarios:

Cueto Rua Eduardo dijo...

Maravillosa descripción de Víctor. Lo fui viendo en todo el relato. Gracias Ignacio!!

Daniel dijo...

Tal como lo conocí... Un vivo retrato de un personaje inolvidable!

MaSara dijo...

que tierno nachin.... taaan lindo. Cariños.

Mana_Aaron dijo...

un abrazo Nacho! este escrito es equivalente a poner la foto y mantener a la persona entre nosotros!