11 dic 2018

El río y yo


Por Nacho Fittipaldi

Domingo 9 de diciembre, 10:30 Hs. Somos 256 nadadores pero estoy realmente solo. No hay nadie del club, nadie de los que suelen hacer estas carreras conmigo, y yo con ellos. Hoy la palabra “juntos” no existe. Ni adelante, ni atrás, ni junto a mí, ni nadie esperándome en la llegada. Hoy estoy verdaderamente solo. Me pregunto si hacer estoy, y así, tiene sentido. Sé la respuesta. Pero la respuesta aparece solo al terminar la carrera y no durante. El durante es solo un desafío más. Preguntas y exigencias. Concentración y técnica. Soledad por todos lados. El agua y yo. Lo concreto y lo existencial.
El catamarán sube río arriba, remonta 7 km contra corriente, el agua fría, el sol picante, el río está calmo pero aun así baja con fuerza. Un cuerpo a la deriva es allí hombre muerto. El río da y quita. La advertencia de la organización es clara, “Pasen lejos de las boyas porque el río corre hacia ahí. ¡Cuidado, no queremos lastimados!” Al pasar junto a una de ellas se ve un tronco atorado, debe medir cuatro metros de largo y medio metro de diámetro, pegar contra eso debe ser tan duro como darse contra la boya.
Este tramo del Paraná de las Palmas es bastante angosto, muchísimo más angosto que el tramo que cruza la interisleña cuando voy a la casita del Delta, ahí donde el Río Sarmiento, o el Capitán, escupen su baba ocre a ese manto de barro que es el Paraná. Y muchísimo más angosto que el Paraná de la Ciudad de Paraná. Después de todo este río es varios ríos y sus vericuetos son incontables. Su fisonomía también.
La charla técnica es en el club, acá mismo llegaremos después de terminar el recorrido. La arena es amarilla y gruesa, las hortensias pululan por todos lados y sus tamaños son tan desmesurados que parecen una especie distinta a esas flacuchas, raquíticas y alienadas que hay en mi casa. Mientras el de la organización da las indicaciones pertinentes intento elongar, calentar un poco los hombros, estirar las piernas, hidratarme, ponerme protector solar. Hacer esto solo es tarea difícil dado que hay ciertos puntos a los que no llego, el centro de la espalda por ejemplo. Durante los 52 minutos de carrera más la media hora de viaje en catamarán el sol se ubicará en esos sitios donde no hay protección. El sol también me hace saber que siempre es mejor ir con alguien. Desde el club hay que caminar unos 300 metros hasta el muelle de la ciudad de Escobar, allí la embarcación espera. Subimos al ferry, las familias saludan, los amigos que no nadan gritan palabras de aliento, los nadadores celebran la partida del recorrido que es una belleza en sí misma, un motivo más de alegría y contemplación, un motivo más para sentirse un bicho raro y no tener con quién compartir esto. Sin nadie a quien decirle alguna boludez, esas que suelo arrojar de a decenas por minuto y que me ayudan a no pensar en la carrera y distraer la cabeza, disminuir la ansiedad. Sin querer y por amontonamiento quedo al lado de Omar Pineda, un capo de las aguas abiertas. Cruzó el Estrecho de Gibraltar, el Lago Ness, diez veces el lago Nahuel Huapi,  y otras hazañas por el estilo. Estas cosas reconfortan. Habla pausado, calmo, da consejos, dice que hoy el agua está igual de fría acá que en Mar del Plata porque en esta época es así, en toda la provincia de Bs.As las aguas andan en esa temperatura, lo sabe porque es miembro de la asociación de Natación de Aguas Frías, y hacen mediciones periódicas para construir tablas. Sostiene que no hay que nadar mal porque sencillamente se disfruta menos. Dos señoras mayores preguntan cosas algo elementales que él responde como si la pregunta la hiciera Dolina, pero ellos tres, Omar y las dos señoras son mi único y último contacto antes de entrar al agua. Faltan los amigos, las palabras, ese estar juntos antes de separarse para después re encontrarnos en la post competencia. La charla mientras nos hidratamos, las anécdotas, las risas, las sensaciones individuales, los abrazos y las felicitaciones. Estar acompañado. Eso falta.

Ya estoy en el agua y esta carrera tiene una particularidad que es a su vez la mayor dificultad. La salida consiste en cruzar el río a lo ancho para después sí, poder nadar río abajo tomando la correntosa oportunidad que el río da. Una vez ahí hago lo que vine a hacer, buscar un ritmo de nado que pueda mantener en los 21 km de la ciudad de Paraná, el 23 de febrero próximo. Entonces me concentro en llevar las brazadas bien, bien adelante, patear prolijo, sacar la mano bien atrás, sentir la fricción del agua traccionada por mis manos, nado solo aunque durante toda la carrera habrá alguien a mi derecha, a mi izquierda y adelante, también atrás mío pero no los veo. El agua está fría y eso neutraliza el impulso del sol que pega en mi torso. La costa se ve cerca pero está mas lejos de lo que parece, la primera referencia a buscar es un buque metanero, es decir, transporta gas metano, su tamaño es descomunal. Una vez que llego a él tardo varios minutos en recorrerlo de punta a punta dado que mide entre 400 y 500 metros de largo. Es una mole naranja que si solo se moviera un centímetro generaría una succión indeseable para mí. El buque marca los 3 km de carrera, miro el cronómetro y el tiempo que llevo es muy bueno. Me concentro en mantener el ritmo que traigo, apurar a penas un poco pero sostener mi objetivo de carrera: Nadar largo y buscar un ritmo continuo de nado. No sucumbir a la tentación de meterle con todo e irme para adelante a buscar puestos. Sigo. Sigo. Sigo. A medida que pasan los kilómetros me siento cada vez mejor, el ritmo de nado que traigo es cómodo, agarrado y apenas exigido. A medida que pasan los kilómetros la cantidad de nadadores que van quedando atrás mío aumenta, eso me entusiasma, me potencia mentalmente y en la concreción de mi objetivo. El segundo punto de referencia aparece, es la toma de agua. Es una masa de concreto de unos siete metros de altura por otros tantos de ancho, con dos boyas que a unos 40 metros de la toma propiamente dicha, indican la precaución y la distancia a la cual uno está a salvo. Pero hay que pasar lejos de las boyas porque también el río tira hacia ellas porque también ahí hay succión. De acá a la llegada hay 1500 metros.

 El tercer punto de referencia son dos barcos amarrados y pegados uno al otro, la llegada está unos 100 metros antes y escondida bajo la vegetación del río, allí hay que girar en diagonal hacia la derecha y encarar la meta. Acá aumento un poco la frecuencia de nado, siento una hermosa sensación en todo el cuerpo, siento la velocidad del río que me tira y siento que puedo aprovecharla, el río me habla , el río me dice “Andá, andá, salí de mi afuera tenes respuestas que te están esperando, aunque nadie espere por vos. Salí de mí. Habla con vos” Cuando salgo los aplausos suenan como un sonido ambiente, son aplausos impersonales, me escabullo en ellos, se escuchan gritos de los otros nadadores que llegaron conmigo, la llegada es tumultuosa, no hay ningún grito que me nombre, ni un brazo que me envuelva, ni un mate salvador, ni una palabra de aliento. Estoy solo con el río, el río y yo, mi soledad y yo y la extraña certeza de que nadar es un acto individual que puede, pese a todo,
compartirse infinitamente con todos aquellos que hoy me faltaron.

20 nov 2018

El meo del botero


Por Nacho Fittipaldi

Saco la cabeza para el lado izquierdo mientras el brazo va adelante, me recuesto lateralmente sobre el agua marrón brillante. No está. Nado. Respiro hacia el lado derecho y nada. Allá la costa. El botero no está, van veinticinco minutos de carrera y él no aparece. En el medio del Rio Paraná esa angustia es relativizada por la compulsión a nadar. No me queda otra. Durante la media hora que durará este desencuentro pienso en que si él no aparece me quedo sin hidratación, sin banana, sin los geles para reponer la glucosa. Sí él no aparece se derrumba todo lo hecho hasta acá para llegar acá. Sigo nadando. Aparece una lancha de la organización e indica que nade hacia la derecha porque me estoy yendo al canal de navegación. Le advierto.
-          Che, si ves un kayak verde decile al botero que lo estoy buscando, soy el número 65, me llamo Nacho –con fibron indeleble al agua el número 65 escrito en mis hombros y espalda me identifican como tal. Mi nombre hoy es una anécdota-.
-          ¿Cómo se llama? –responde el muchacho de la lancha-.
-          Brian
-          Dale, ahí te lo busco –dice y desaparece de mi campo visual-.
A los cinco minutos y como por obra del espíritu lanchero, El Brian se aparece sacudiendo la botellita donde están diluidas las sales minerales que debo beber. La sacude como si quisiera decir “tengo esto para vos” y como si no tuviera relevancia haberme dejado treinta minutos en el medio de este manto de agua, a la deriva entre mi yo y mi ser. El Brian acusa unos 27 añitos de irresponsabilidad de la que hará gala a lo largo de los 20 km que dura la carrera. El Paraná-Guazú está incordioso y ofrece una ola pequeña pero continua, que se suceden unas tras otras sin solución de continuidad. Cuando llegamos a los cuarenta y ocho minutos de nado, salimos de esa inmensidad que es el Paraná-Guazú e ingresamos al Río San Pedro.

En este mismo río estamos nadando doce nadadores y siete boteros, todos de Poseidón; El Brian  viene conmigo, lo contraté yo, es lugareño pero no se nota; y Susi que vino a hacer fotos. Además faltan Guille, Sofi y Emi que no pudieron venir. El año pasado éramos cuatro, hoy somos veinte. Un verdadero efecto contagio. Mientras nado pienso en reproducir eso que vengo haciendo desde el 10 de septiembre día en que empecé a entrenar para esta carrera. Entonces cuento las brazadas, una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, llego hasta las veinte y vuelvo a empezar. Además con mi dedo pulgar toco mi muslo para sacar la mano bien atrás, mientras veo los caballos pastar sobre la margen del río me concentro en nadar lo mas técnico posible hasta que por el cansancio eso deje de suceder. Nadar así retrasará el cansancio. La quietud y la pasividad del ganado es algo que contrasta con algunas sensaciones que tengo acá adentro. Por momentos el Río San Pedro también propone esa misma ola que parecía haber quedado atrás en el Paraná-Guazú pero  en la mayor parte del tiempo el río se deja nadar, al menos hasta el kilometro 18. El agua esta ideal de temperatura, el sol brilla alto, solo se escucha el ruido del agua y las brazadas, el cuerpo que avanza, lo concreto de estar donde queres se parece tanto a la felicidad. La cabeza vuela hacia lados diversos y pienso en cómo llegué hasta acá este año.
Entrenar tanto como lo hice durante este tiempo tiene varias ventajas pero también su contraparte. Entre las primeras y obvias esta la garantía de sentirse seguro, confiado, fuerte físicamente y predispuesto en lo mental. Expectante de uno mismo. La superación no es una cartografía que visite a menudo así que ubicarme allí fue una sensación cercana a la plenitud y la realización. Pero tal vez, y para ciertas miradas ajenas a este proceso, nada de eso sirva si uno no obtiene tal o cual resultado el día de la competencia. Por lo tanto debo confesarme y decir que haber generado tanta expectativa, sea por la salvajada de metros nadados como por la disciplina y la cantidad de cosas que comí y bebí durante los entrenamientos, fue un aspecto que ilustró que sobrecargar de sentido algo, a veces también relativiza, injustamente por cierto, la meta alcanzada. Sobre todo si no es rutilante. Esta carrera fueron esos 20 km del día domingo pero en verdad fueron estos últimos casi tres meses en donde mi vida se ordenó en relación a un objetivo determinado y eso conllevó, y trajo aparejado, muchísimo más que esas 2, 56 horas que me llevó completar la travesía. Fueron todas las mañas en las que me levanté y me fui de mi casa sin ver despertar a mis hijos por primera vez en mi vida. Desayunar sin ellos. Fueron esos 1,2 litros de sales minerales y agua ingerida metódicamente en cada entrenamiento, junto con las pasas de uvas y las bananas cortadas en rodaja que tanto escandalizaron a Noela. Fueron las semanas de 6000, 7000 y el pico de 7800 metros nadados en el entrenamiento y sus necesarias 2, 40 horas de tiempo para llevarlos a cabo. Fueron las siestas que no pude dormir en mi cama pero que se las robé al tren. Fueron todas las noches en las que le escribía a Rancho y le decía “Buenas noches, me podes mandar algo para mañana?” y al rato recibía una imagen con una serie de números, abreviaciones, pausas, tiempos estimados e indicaciones que tuve que aprender a decodificar para saber qué y cómo tenía que hacer eso. Fue hacer eso en soledad y hacerlo en el andarivel de pileta libre con lo que eso implica. Y eso no lo había hecho nunca en mi vida. Y eso era una salvajada de metros y metros que modificaron desde mi forma de nadar hasta la nueva forma que asumió mi cuerpo al perder peso y ciertamente afinarse. Conocí una nueva manera de cansancio y recuperación. Entrené en soledad durante dos meses y medio y eso se sintió tan bien como exigente. Tal vez por demás. También implico ordenar mi alimentación porque no hay cuerpo que aguante ese entrenamiento comiendo de manera deficitaria. Esta carrera se inició no el 18 de noviembre a las 10 de la mañana sino el 10 de septiembre a las 08:00 AM.
Pero hoy toca plasmar todo eso en esta prueba, hoy siento ese alivio de que el día llegó y de que estoy en un agua en la que no veo. Y no veo en más de un sentido. No veo porque mi botero no ve por mí y me tengo que encargar de mirar hacia adelante porque El Brian se colgó y mira para lugares donde no estoy, o me avisa tarde y mal que me estoy yendo hacia la costa, y que me meta para el medio, o porque me mete derechito en un remanso, mas de una vez. No veo porque va a mi costado aunque yo prefiera que vaya apenas delante mío. Como si fuera poco de pronto veo que El Brian sale disparado, con una actitud hasta acá no manifiesta, hacia una de las márgenes del río, opuesta a la que estoy yo por cierto, como si hubiera una civilización por descubrir, Pampita tomando sol, o una parturienta necesitara ayuda urgente. Veo que el muchachin clava el kayak contra un camalote que está en la costa, acá el río debe medir 40 metros de ancho, camina velozmente sobre la embarcación, saca su miembro y se echa un soberano meo sobre un sauce llorón. El árbol llora meo. Continúo nadando con la sorpresa de quien ve nevar en el desierto de Nairobi. En ese momento el ritmo de nado que llevo es algo de lo que puedo enorgullecerme, no así de mi botero, y decido continuar como si todo esto fuera normal. ¿Acaso el humor sea el medio que me saque de este atolladero de injusticias? No lo sé, mientras nado voy pensando en qué hice mal para que esta situación se esté dando en este momento tan inoportuno. También sé que pensar en eso ahora me desenfoca de lo esencial que es continuar con el ritmo que traigo. Durante la carrera, la situación de irme de la línea de nado se reiterara varias veces. La confianza que nunca tuve en El Brian se ha extinguido. Sé que solo será eficaz en darme las bebidas en el orden y en el horario que le indiqué antes de largar. Sería  ingrato para mí mismo seguir nadando con esa imagen del meo en mi cabeza, así que decido seguir sin pensar en que alguien más que yo mismo pueda sacarme del kilómetro 16 y hacerme llegar al 20, entre otras cosas porque mi cuerpo y mi estado en general comienzan a dar síntomas de fatiga y El Brian nada tiene que ver con eso. Después de todo un meo no se le niega a nadie.

Llegando al kilómetro 18 se divisa el buque escuela de la armada, es una fragata amarrada que impone su gris y su tamaño sobre el cauce de un río angosto. Es la segunda vez que la armada aparece en este fin de semana. Han encontrado el ARA San Juan y durante la charla técnica del día sábado se ha hecho un minuto de silencio por los fallecidos en las profundidades de esa cordillera invertida que es el atlántico profundo. Es algo absurdo, pienso, el minuto de silencio se realiza el día de la identificación del submarino como si el hallazgo del submarino a 800 metros de profundidad, hubiese determinado la extinción de sus tripulantes que llevan muertos prácticamente un año. De todas maneras el rito es realizado con disciplina así que el minuto de silencio es verdaderamente  sigiloso. Este buque de la armada marca el kilometro 18 de carrera, aunque parezca mentira ahora arranca lo peor. Acá el río se abre al doble, o triple, de su ancho promedio y la corriente disminuye su intensidad, el cansancio ya no se puede esconder, uno intenta hacer todo lo que venía haciendo pero los brazos ya no traccionan, las piernas tienen menos influencia ahora que durante mi primer mes de vida, la izquierda viene doliendo hace dos horas y media sin saber en si eso termina en calambre o desgarro, pateo como puedo, mis brazadas son paupérrimas y El Brian, encima, me mira con cara de viernes santo, ese día terrible para la argentinidad en la que la carne es prohibición. Pienso en los docentes de este pibe. ¿Siempre fue así? ¿Será así de anodino con todo? ¿Tendrá ganas de mear otra vez? ¿Se estará cagando? Mientras tanto yo nado y nado y las boyas que indican girar a la derecha para meterme en los últimos 700 metros de carrera no se ven. Esto mismo ya pasó el año pasado pero saberlo no acomoda mi desesperación. Este tramo, a diferencia de los kilómetros ya recorridos, no es placentero, es curioso que estando a 1000 metros de completar la prueba aparezca esta sensación,  y que sea tan contradictoria con la de llegar, esa felicidad del objetivo realizado. Nado y miro el cielo, levanto la cabeza y veo la llegada, es eterno este tramo de 350 metros, la gente aplaude, el agua esta helada acá, es agua muerta, ya estoy llegando, vuela septiembre, pasa octubre, vuela un pibe que me pasa como alambre caído como si la carrera fuera de 50 metros, llegó noviembre y estoy acá, terminando la prueba, me levantan del agua, me sacan de allí, las piernas son solo una duda, me abraza Seba, me abraza La negra, estoy feliz de haber completado la distancia otra vez, de haber bajado dieciséis minutos mi marca del año anterior, de haber salido treinta y dos puestos más adelante respecto de 2017 y haber bajado las tres horas de nado que era mi objetivo principal, a solo diez segundos y detrás de mío sale mi primo que hizo el mismo entrenamiento, también en soledad, pero él en Monte Hermoso. Siento que todo esto valió la pena, que el proceso es más trascendente que el resultado, que la vida puede ser una planificación perfecta y que el azar pone todo en duda y al borde de nosotros mismos, y ahí estas vos frente a vos. Las carreras de esta naturaleza también son una buena manera de llenarse el culo de preguntas, no estrictamente sobre la natación, sino sobre lo que queda delimitado más allá de los límites del agua.

17 oct 2018

Reunión de padres

Por Nacho Fittipaldi

El papelito dice “miércoles 3 de octubre, a las 10 Hs., los esperamos en la reunión de padres del grupo 1” El grupo 1 es el equivalente a la sala de 3. El papel es una cagadita así, no dice nada más que esto. Le envío un wapp a Pao, “Che, el 3 hay reunión de padres del grupo de Sabino” A Pao le encantan las reuniones de padres, se queja porque en la escuela de los chicos hay pocas. Ella quisiera tener más. Para mi está bien así. Pao pregunta, mete la cuña en un sitio donde hasta recién había certeza, “¿Es reunión de padres o es para hablar sobre sabino?” Es reunión de padres, confirmo sin saber si es cierto y tratando de torcer el destino. Tomo el papel después de haber confirmado, re leo, el mensaje es ambiguo, no es claro, es como si se lo hubieran distribuido a mil padres más, qué se yo. “No sé –agrego- es poco claro el mensaje, necesitan un curso de escritura” Pao escribe al grupo de mamis y papis (en el que yo claramente no estoy) preguntando si todos han recibido esta suerte de convite extraño en donde no queda claro quiénes son los invitados. La razón la asiste. La reunión es para hablar sobre Sabino, mano a mano. Sabino es un amor, en estos meses ha incorporado una cantidad de palabras, conjugaciones exactas, abrazos y besos repartidos aquí y allá, “Te quiero mucho” dice de la nada Sabino y te abraza. Lo amo y me ama, es mi debilidad, soy la suya. ¿Algo anda mal? Tiemblo. Nada puede andar mal, si así fuera lo hubiese detectado. Soy su papá y le hago caballito.
Llega el día. Después de haber pospuesto la fecha inicial, llega el día, hoy es ese día. Miércoles 17 de octubre, 10 de la mañana, el horario parte todo. Llegamos a la escuela, alguno nenes corretean por ese parque indomable que la escuela es, en primavera el verde corrió los límites de lo institucionalmente permitido. Mientras esperamos pienso en eso que Pao me consultó ayer por la noche y desestimé, “¿Pasará algo con sabino?” “No, boluda qué va a pasar –respondí-, sí es hermoso” ¿Y si pasa algo con Sabi?

Caminamos junto a las maestras por entre las aulas, un pasillo se cierra y dobla, pasamos por delante de la sala de Piero, en mi cabeza conjeturo que mejor que Piero no nos vea acá porque va a pensar que venimos por algún quilombo suyo. Giro la cabeza y desde la ventana Piero nos saluda alegremente. Avanzamos y muy a mi pesar veo que detrás nuestro la maestra de Piero sale, no sin agitarse, e intercepta a una de las maestras de Sabino, cuchichean, onda “Ya que están acá pásenles también la lista de las cagadas de Piero” Las maestras huelen sangre a lo Tiburón III. A diferencia de la última reunión, creo que fue con motivo de una salvajada que Piero había hecho, las sillas que nos ofrecen son para adultos y no aquellas para niños de 5 años en las que no encontré forma alguna de acomodarme, siendo este, el principal motivo de mi fastidio, aún más que la reunión misma. Hay un silencio de sepultura. Miro a la maestra de Sabi e internamente siento que de esa boca podrían salir palabras que estrujarían mi corazón. “El nene no socializa” por ejemplo. Sentado ahí, rodeado de mapas, juegos pedagógicos, damas chinas y tableros de ajedrez, siento que soy apenas un niño con responsabilidades que me exceden. O tal vez soy un adulto que está dispuesto a dejarse partir el corazón por sus hijos y sus vaivenes. Hago fuerza, trato de inducir las palabras de la maestra, “pensa bien lo que vas a decir, vos no tenes idea lo que es Sabino en mi vida y no tenés derecho a arruinarme la vida así” La maestra dice cosas intrascendentes, tiernas, algunas a las que hay que prestarle atención para que Sabi no sufra innecesariamente. Todo eso pasa en un tono amigable, somos adultos, hasta que la otra maestra dice, “Y, recién, justo cuando veníamos para acá, la maestra de Piero me dijo que bueno, Piero…” Y mientras habla yo hablo para mis adentros, converso con mis riñones, pienso, “Pensá bien lo que vas a decir, ¿te pensas que no la vi salir corriendo como si fuera a salvar la vida de alguien?, vos no tenes idea lo que es Piero en mi vida y no tenes derecho a arruinarme la vida así” La piba lanza una serie de cosas sobre Piero que son las mismas que el año pasado y exactamente las mismas que Pierito hace en casa y que cualquiera puede ver un fin de semana en casa. El chico es intenso. Entonces, al terminar la reunión las miro a ambas, miro sus ojos, oigo sus palabras, observo sus gestos, son pibas, escucho la lectura en voz alta del acta de la reunión que una de ellas confeccionó, y siento que mis hijos me perforaron la vida. Siento que ese momento en el que uno va a escuchar por dónde andan sus hijos, es un vértigo existencial inusual. Justamente me lleva a un límite desconocido y muy concreto de la vida, es el límite entre lo que uno puede tolerar y lo que no: El sufrimiento de sus hijos.  Mis hijos me existen.

11 oct 2018

El Roca, ese torbellino



Por Nacho Fittipaldi
Paso la Sube, hago unos pasos, trepo una escalera y estoy en el andén. Camino hasta la punta y allí parado, como escondido, o penitente, un cura lee de pie. Es bajo, de pelo castaño y con este día inclemente lleva sandalias sin medias. Homenaje a San Francisco de Asís. Lee. El tren llega,  busco, un asiento, queda tan solo uno. La mujer que está sentada en el asiento de al lado pesa unos redondos 175 kg, ocupa asiento y medio… allí voy. Duerme. Duerme como en un king side, plácidamente. Me acomodo como puedo, soy medio contorsionista, medio toalla que se seca en cinco minutos. Soy un montoncito arrugado. Duerme. Detrás suyo, una nena de 7 años come una empanada frita. Son las diez de la mañana. Inmediatamente la mujer durmiente despierta y con un humor inusual para este amanecer, dialoga con la nena de la empanada y su madre. ¿Son paraguayas? ¿Son correntinas? Son Sudamérica. La bella durmiente dice, "Uy mirá, acá también pusieron un camping" El tren atraviesa el Parque Pereyra y efectivamente en todos lados, al costado de las vías, aquí y allá, construyen countries. Bajan en Hudson. La niña olvida su empanada en el asiento. O tal vez la deja allí a propósito porque es incomible. Entonces hablo. "Te olvidas la empanada" digo y señalo la bola de grasa que esa empanada es. La pequeña la toma y sale del tren. Sobre un tostador, incluso en un microondas, hoy a la tardecita ese socotroco es un plato de indigestión que las barrigas pobres, hinchadas, desnutridas, bien recibirán.

2 oct 2018

Piero y la historia criminal Argentina


Por Nacho Fittipaldi

Piero se acerca con la urgencia del relato que se le cae de la boca. “Papá, mi maestra estuvo en Ushuaia, y sabes qué, estuvo en la prisión del Petiso Orejudo” Escondo mi sorpresa, de esa boca han salido palabras extraordinarias para un nene de su edad, desde los tres años Pierito nos sorprende con su lengua, pero esto es disruptivo. Entonces en vez de frenar su inercia, comento, “¿Sabes que tengo una foto de él?” Se le ilumina la cara debajo de ese pelo rubio como de campo de girasol, “¿en serio?” dice, chocho él/chocho yo. Tomo el libro que recoge la antología de crónicas policiales en Argentina, abro la página 82 y ahí está el petiso, malvado, enjuto, tan Dumbo. “Mirá las orejas que tiene” señalo la imagen. En la calle ladra un perro y él avanza, siempre más allá, “¿por qué estaba en prisión?”. A esa altura pienso en la maestra y la insulto en voz baja, bajísima. Intento una serie de explicaciones sin entrar en los detalles, que mató cuatro niños de su misma edad por ejemplo, todo eso que constituye al Petiso Orejudo en uno de los más perturbados, siniestros, y maniáticos asesinos de la historia argentina, lo que no es poco decir.  Paulatinamente su interés cede y Piero vuelve a su vida normal de leche y galletitas. Todos felices.
Al día siguiente a eso de las 16, 30 Hs suena mi celular, atiendo, es Piero, rarísimo, estoy en el caos de BsAs, la voz de Pierito, su mensaje directo y claro en el medio de Constitución es un contraste. No dice ni hola, va al hueso, “Papi, la maestra dice si no me prestas el libro del Petiso Orejudo para llevar a la escuela” Respondo que sí mientras el tren llega al andén, subo, él da por terminada la conversación. No entiendo cómo una maestra llega a pronunciar las palabras “petiso-orejudo” adelante de nenes de cinco años. Al llegar a Villa Elisa voy derechito al club donde Piero y Sabino están nadando. En el vestuario me abaraja y me dice que cuando lleguemos a casa tenemos que marcar la hoja en donde está la imagen del insano orejón. Procedemos. Él se pone a mirar tele, yo corrijo exámenes. Al rato aparece y se pone junto a mí, me mira, se que viene a preguntar algo, escupe “¿papi, a qué edad empezó a hacer maldades el Petiso Orejudo?”, vuelvo a pensar en la maestra. “Desde chico hijo, era malo desde muy chico” En la sucesión de horas que quedan entre el atardecer y la hora de ir a dormir, este tipo de situaciones se van a repetir varias veces, “¿papi, dejamos el libro en mi habitación para que no me olvide de llevarlo a la escuela?”. La ansiedad que se registra en su actitud es comparable con momentos, o hechos, tanto más concretos que llevar un libro de crónicas policiales a la escuela, la llegada de Papá Noel, el día de su cumpleaños, o cuando la abuela se queda a dormir en casa porque nosotros no estamos. El día llega, Piero remolonea en la cama, no se quiere levantar, “dale Piero, levantate, hoy tenes que llevar el libro a la escuela” esa frase activa en él la propulsión de una turbina a un Boeing, se levanta en un respingo. Toma la leche, come, Sabino es una radio implacable. Piero toma el libro y lo sujeta como el mejor sándwich posible, además de la marca que hicimos con una banderita autoadhesiva, Piero ha metido el dedo en la pagina en donde el petiso mira la cámara fotográfica que producirá una imagen que será la de su legajo carcelario. Allá en el fin del mundo, el Petiso Orejudo fue leyenda. A la distancia veo a la maestra, Piero camina rápido tratando de llegar a ella como si le fueran a entregar un regalo o un chocolate, el libro es visto por la maestra, es un mamotreto, “gracias Piero!” dice y Piero abraza la pierna de su seño. Yo quedo impactado. Cayetano Santos Godino es furor entre los educandos. Deseo que el próximo viaje de la maestra no sea a Auschwitz. Por el bien de todos.   

20 ago 2018

Crónicas desde Casabindo

Por Nacho Fittipaldi


Día 1
Casabindo es un pueblo que está en el medio de la puna jujeña. Decir que está perdido allí es una redundancia. Fundado en 1602, y poseedor de una descomunal iglesia, conocida como la catedral de la Puna, este pueblo luce hoy derruido o en re-construcción. Las paredes de adobe están a mitad de camino, hacia arriba o hacia abajo. El pueblo parece bombardeado o en construcción. Seguro con menos población que en los siglos XVII, XVIII y XIX, cada 15 de agosto se realiza ahí mismo, y solo allí, la celebración de ofrenda a Nuestra Virgen de la Asunción, a la cual los casabinchos denominan la Mamita. La celebración es inamovible, se celebra el día 15 caiga el día que caiga. Este año cayó miércoles con lo cual acercarse hasta allí implicó desacomodar la vida familiar y laboral.
La celebración tiene dos grandes divisiones; por un lado la adoración a la Mamita que se inicia el día 14 con la llegada de bandas de sikuris (lo que nosotros conocemos como siku) compuestas además por quenas, platillos, erquencho, tambor y hasta flautas. Estas bandas van a pareciendo por las pocas calles que el pueblo luce, Casabindo tiene 300 metros de ancho, y lo que primero aparece es su sonido, intenso, reiterado, agudo y placentero. Entonces el encargado de hacer saber a todos que una banda de sikuri esta rumbo a la iglesia, hace estallar una bomba de estruendo que destruye la calma reinante en el pueblo. Habrá tantas bombas como bandas de sikuris. Habrá tantas bombas como el bombero se le antoje; por otro lado están las cuarteadas que ofrendan cabras y corderos partidos a la mitad, longitudinalmente; el baile de los samilantes; toritos y caballitos; y finalmente a la noche, allá por las 23, 30 Hs una celebración en honor a la Pachamama. Al día siguiente, la actividad se inicia a las 6,30 Hs con una demencial explosión de bombas de estruendo que cada veinte o treinta minutos se repetirán y extenderán hasta las 17,30 Hs. Desde la cama del lúgubre hospedaje se oyen las explosiones  como un reloj despertador. Ese día, la procesión será la antesala del tradicional y conocido toreo de la vincha. En lo más íntimo reconozco que vine a ver especialmente eso, sin saber la intensidad de lo que sucede el día previo que es hoy lo que me llevo conmigo.

Llegamos a Casabindo por la ruta 11, el martes 14 a eso de las 15, 30 Hs provenientes de Abra Pampa, luego de comer unos ricos y abundantes sándwiches de milanesa en el comedor de una doña, a razón de $50 por sándwich. Subimos al auto alquilado y nos introdujimos en la puna. Desde hace años quería concretar este viaje. Luego de recorrer los 50 Km que separan Casabindo de Abra Pampa, pude ver por fin las torres de esa mole de adobe que es la catedral de la puna. Desde lejos se ve, y yo veía, esa misma imagen que había visto en fotos, en videos, en televisión. Ni bien llegamos salimos a caminar. La altura se instala con un leve pero persistente dolor de cabeza. Según la programación a esta hora deberían estar sucediendo una serie de cosas que no suceden. El pueblo está vacío y vacio acá quiere decir que no hemos visto más de quince personas. Parece mentira que al día siguiente habrá 3000. Recién a eso de las 17 Hs aparece la primera banda de sikuris. La segunda aparece  entrada la noche, a eso de las 19, salgo del hospedaje en busca de ellos, la noche es clara pero la calle oscura, se los oye pero no se los ve. El bombero hace su trabajo, la bomba explota puntualmente. Las campanas del campanario también suenan endiabladamente. Un hombre petiso y gordo sube las escaleras del campanario corriendo, como si fuera un atleta de elite haciendo la puesta a punto de un torneo importante, no entiendo cómo hace eso sin morir desbocado. Correr acá es un atentado contra sí. Una vez arriba hace escarmentar la aleación metálica. Suenan los sikuris. Suenan las bombas. Doblan las campanas. Ese sonido será la constante entre los días de celebración, cada tanto también largan cañitas  voladoras y otros fuegos artificiales, en principio tímidos, luego arranca una sucesión de lanzamientos multicolores que parten la noche blanca para dar paso a la multiplicidad de colores que la puna, naturalmente, niega. El mate cocido con menta calienta un poco el daño que esos cinco grados bajo cero provocan.  Zapatillas, medias, calza térmica, remera térmica, buzo térmico, campera, chal, chulo y guantes, no logran frenar la aguja anestesiante que la helada provoca. Sin embargo la noche es esplendida y cuando escucho la siguiente banda de sikuris, la de los Omahuaca, voz original de Humahuaca, mi corazón late fuerte y no por la altura. Late así porque una vez más estoy exactamente donde quiero estar, y eso es una canción, un sonido, un momento en el que todo confluye, un segundo donde cristalizan todos los esfuerzos, lo necesario, todos los mensajes, la logística, toda la voluntad, es mi deseo, mi inverosímil posibilidad de hacerlo, la enorme posibilidad de que Igor, El rata y Trucco me acompañen en un delirio como este. Es martes 14 de agosto, estamos a 3.377 metros sobre el nivel del mar, hace cinco grados bajo cero, estamos a 1846 Km de La Plata y sin embargo estamos a tiempo para reír, brindar, para mirarnos cómplicemente ante tanta cosa ajena y a la vez disfrutarlo plenamente, a tiempo para dejarnos llevar y sorprendernos.   

Es un momento concreto en el que dos hombres mayores vestidos con una tela roja, puesta como pollera larga hasta los tobillos, y con una suerte de cinturón plástico que termina con una cabeza de caballo, como de juguete, adherido en una sola pieza al cinturón, es decir forma parte de él, y se mantiene firme en la zona que va desde el pubis hasta el ombligo. Estos dos caballitos arrean a un tercer hombre que sin otras ropas más que las habituales, luce en su cabeza una estructura plástica que simula el cuerpo de un toro y cuya única similitud con este animal es que sobre su frente lleva una cabeza de plástico con la cabeza de un torito y dos cuerno pequeños, de no más de cinco centímetros. El que simula ser un toro es un sujeto que además simula estar enojado y arremete contra el público. Baja la cabeza, muestra los cuernos y encara al público presente hasta hacerlos trastabillar y caer al suelo. Por lo general sus víctimas suelen ser personas que están sacando fotos o filmando. Mientras tanto los caballitos intentan contener al torito que hará esto durante una cantidad de tiempo desmesurada, tal vez media hora o cuarenta minutos. Todo sucede entre la entrada a la iglesia y la entrada al predio donde al día siguiente tendrá lugar la corrida de toros. Es la explanada de la iglesia, serán siete metros, no más. A veces el torito se mete adentro de la iglesia y arremete contra los feligreses que están allí participando de esta celebración, o no, y simplemente rezan. 

También están las cuarteras que ofrendan cadáveres de cordero y cabras a la Mamita. Son dos mujeres que sujetan al  desafortunado animal por cada uno de los extremos, ellas se balancean hacia adelante y hacia atrás, deben esquivar la arremetida del torito que también se mete con ellas. El torito no respeta nada. El cuerpo de los extintos animales sigue el balanceo de las cuarteras que además deben esquivar los petardos que un desalmado arroja a sus pies. Los petardos son arrojados entre el público que ahora debe esquivar las explosiones y al torito. Poco a poco las cuarteras van ingresando a la iglesia para dejar a los animales con carne y cuero al pie de la Mamita, rodeados de velas y creyentes adoradores. La música, las campanas, las bombas, el torito, las cuarteras, los cascabeles atados en las rodillas de los samilantes que simulan ser suris y que danzan tosca, pero lisérgicamente, todo da un tono embriagador a toda esta festividad. Por si fuera poco aparecen unas doñas ofreciendo vino caliente para calentar no sé bien qué, porque nada alcanza, para enfrentar al frío. El vino, el pan casero y el mate cocido circulan gratuitamente. Son ofrendas de familias y de la comisión del pueblo que organiza cada año esta celebración. Cuando el frio se torna insoportable y los sikuris, toritos, samilantes y las campanas siguen sonando, entonces recién allí tiene lugar la ofrenda a la Pacha y un fogón sobre el cual la poca gente presente, cien personas tal vez, se arrojará para calmar el alienante frio. Recién ahí la noche concluye, o tal vez no, y valga decir que esa noche, y la siguiente, transcurrirán en un hospedaje sin aislación en el techo y sin calefacción en la habitación.


Día 2
A las 06,45 Hs del día miércoles 15, el primer sonido no es un gallo, ni un ave, ni un burro. Es un bombazo que hace crujir la puna, a los veinte minutos otro, otro y otro. El bombero está en su cenit. Por nuestra parte solo nos levantaremos allá por las 9, desayunamos y recién entonces cruzamos la calle y estamos en la cancha donde se hará la toreada dentro de cinco horas. Por ahora se iza la bandera, una serie de discursos se suceden, habla el presidente de la comisión pro- templo, es decir el encargado de las ceremonias en relación a la Mamita; luego habla el presidente de otra comisión que entiendo se refiere a la corrida; luego el gobernador de Jujuy y ahí se inicia la misa. Casabindo espera este día durante un año entero. Tal vez el día 16 de agosto sea el día más triste del pueblo. El 16 no hay bombas. El frío continua ahí, como lo cerros o la iglesia, inmutables, ahora con sol la cosa se sobrelleva, al rato, a eso de las 11 Hs el sol parte la geta. A toda la ropa puesta hay que agregar la pantalla solar, en mi caso tres veces al día. Casabindo es hostil. La puna lo es. La ceremonia religiosa da inicio, todos ingresan a La catedral de la Puna, eso durara dos horas. Las gentes comienzan a poblar las tribunas desde donde se verá el toreo. Sobre las paredes que hacen de muro, el perímetro de contención al toro, las personas van dejando sus paños, toallas, camperas o lo que sea para indicar que ese lugar será ocupado por alguien. Advertidos de esto hacemos lo propio. El punto es que faltan algo así como cuatro horas para el toreo y nadie está dispuesto a clavarse ahí durante ese tiempo, al rayo del sol y con el almuerzo por delante. Tomamos mate mientras los toros ya aguardan en el corral, son unos 45 toros de los cuales solo saldrán a la palestra 11. 

Tal vez los mas bravos, tal vez una mixtura entre fiereza y aceitados vínculos con la comisión organizadora. Quién sabe. Las horas pasan entre conversaciones absurdas, los ojos curiosos detectan pequeños detalles que para nosotros son un mundo. Por ejemplo que el consumo de alcohol es casi inexistente, no hay vendedores ofertando cerveza ni vino. Un vendedor oferta sándwiches de miga como si esto fuera un consumo típico de la región. No vende nada. Cuando la misa termina, la multitud que está dentro de ella sale a pasear a la virgencita por todo el pueblo, esto quiere decir dos o tres cuadras alrededor de la cancha donde los toros revolcaran changos. La procesión reúne a todos y cada uno de los que la tarde/noche anterior tuvieron un filo de protagonismo: Toritos, cuarteras, samilantes, bandas de sikuris y por supuesto acompañados de unos buenos bombazos. Todo sucede en un radio de 150 metros alrededor de la iglesia, mas allá de eso Casabindo es una conjetura. Más acá de eso, Casabindo es algo tan concreto e intenso que eriza la piel. La primer cerveza está corriendo y nosotros armamos turnos para ir a comprar comida, la procesión se aleja por apenas unos minutos, cuando la cola de la procesión aun esta visible para nosotros, por la otra cuadra ya vislumbramos la cabecera de esa misma procesión, los sikuris llenan de sonido este olvido. Cuando la procesión culmina y el estomago ha recibido algo más de esta monótona dieta compuesta por empanadas en doble turno, cerveza y vino, locro, humitas y tamales y alguito mas, entonces recién allí, con la cola apoyada sobre el paredón, y las piernas colgando hacia adentro de la cancha, la sangre vuelve a fluir, siento otra vez esa precisión de lo buscado. Miro a mí alrededor y reconozco todo como si ya hubiese estado ahí antes. Los toros saldrán a nuestro costado derecho. Salen echando puta como decía mi abuelo Pepe, sin que yo comprendiera nunca qué quiere decir esa frase. La salida del toro y toda esta parafernalia de altísima desorganización será relatada por un locutor que, al final del día, vale la mitad del espectáculo. El tipo es un creativo poco comparable, es acido, gracioso, ocurrente, burlón. El relator esta siempre a favor del toro y por lo general chicanea al torero para que salga de esa fina capa de temor que estos muchachitos tienen. El altoparlante propaga la voz del locutor con comentarios tales como “Bueno a ver, los que tengan miedo que se vuelvan pa´las casas”, o “Vamos chango enfrente al toro que un golpecito no es nada…dos puede ser” cosas así. En este espectáculo, a diferencia de las corridas españolas, el toro no solo que no muere sino que nunca sale lastimado. El objetivo del torero no es matarlo sino simplemente sacarle la vincha que lleva puesta sobre su cabeza, justo entre medio de los cuernos. El torero debe sacar la vincha evitando ser herido. Luego de enfrentar al toro cara a cara, al menos tres veces, puede hacer el intento de tomar la vincha. Antes de eso no se convalidará. Además del torero están los ayudantes que son los encargados de distraer al toro en caso de que el torero sea embestido y quede mal herido. No hay sangre ni violencia humana sobre el toro. No puedo decir lo mismo del toro sobre el torero. Cada dos por tres vemos revolear al toro unos muchachos enjutos, de ojos brillosos, corajudos o no, tal vez ebrios, el toro no distingue y embiste. También hay vacas. Las vaca son peores, hay dos y han sido bastante más crueles que los toros. Cada toro es anunciado por un bombazo. El bombero se queda sin bombas a mitad de la tarde, entonces el relator dirá, “A ver la gente de la comisión que acerque unas bombas a la pista” y al rato ahí está, otra vez el bombero con sus medias naranjas haciendo tronar el cielo azul. El toreo no es precisamente algo dinámico ni divertido, digamos. La cancha tiene dimensiones siderales, 100x80 aproximadamente, a veces el toro tiene más miedo que el torero, sale corriendo y entonces hay que ir tras él para provocar el enfrentamiento, si esto sucede digamos tres veces por toro, la toreada será francamente aburrida. No hay nada peor que un toro que reniega de su destino en Casabindo. Otras, en cambio, son adrenalínicas, hay toros bien bravos que salen definitivamente a buscar la manta roja que se le ofrece como objeto de provocación. Entonces la corrida se inicia con la mano del toro tirando tierra y levantando polvo, el torero se pone frente suyo, el toro decide cuando embestir, se lanza una corrida breve pero excitante, el toro debe pesar 500 kg, el torero 60. El muchacho hace seguir de largo a la bestia y cuando gira para dejar pasar al animal intenta sacar la vincha, el toro siente el tironeo y entonces levanta la cabeza para sacarse de encima esa mano que intenta ridiculizarlo. Sí el toro siente que su cuerno ha golpeado a su víctima entonces será inclemente, una vez que golpeó lo seguirá haciendo, esté el torero de pie o tirado a su merced. Si la ayuda llega pronto, el torero saldrá ileso, de lo contrario podrá ser pisoteado por el toro e intentara cabecearlo una y otra vez,  pero nunca más allá de eso se verá una herida de gravedad. 

Todo esto dura poco, no es algo que no pueda soportarse, los gritos del público y del locutor serán a favor del toro, o del torero, según lo que este haya logrado cosechar antes de ser embestido por la bestia. Sin embargo el locutor va mas allá y si alguno debe abandonar la cancha por una herida, o un golpe que le impide continuar, y si la gente del SAME debe asistirlo con la ambulancia que está al lado de la pared de acceso, el relator dirá “No es nada gente, no se preocupen, un golpecito del toro no es nada, la Mamita lo protege” al rato, cuando el torero regrese a la pista para ver desde adentro como el resto de sus compañeros sigue con esta locura, el relator agregará “¿Vieron?, ahí vuelve El negrito Chami, les dije, son golpecitos que la virgencita repara” Mas tarde cuando otro torero caiga y el toro lo ponga en riesgo, este mismo Chami saldrá en su ayuda y hará algunos movimientos valientes, entonces el locutor arrojará esta frase “El SAME me le ha puesto suero y lo ha levantado enérgico al chango. ¡Vamos Chami! Aplausos para el toro” Cosas así, hermosas, vertiginosas y desopilantes. La corrida es larga, larguísima, los pasos se suceden, las bombas salen cada vez que un toro es arrojado al ruedo, los toros ya sin vincha son enlazados para meterlos en la manga y volverlos al corral, son sogas agiles, no siempre mansas, la tarde cae, la toreada termina, el pueblo se va vaciando, alguien deberá ayudar a Casabindo a salir de este lento retozar, hasta el próximo 15 de agosto empieza a faltar exactamente un año. Y todo es tan triste. Los sikuris deberán llenar de sonido este olvido anual hasta el próximo bombazo.      

25 jul 2018

Dónde está el destapador


Por Nacho Fittipaldi

Una curva cerrada trepa y trepa. El camino entre Tucumán y Amaicha es mas largo que lejos. La vegetación subtropical de los cerros da paso a las montañas peladas. Antes atravesamos los campos de caña de azúcar, los ingenios humeantes, las plantaciones de limón. La feria de Simoca es principio y fin de una comunidad expresada en puestos de venta. Desde lechones vivos que son escogidos por los clientes para ser sacrificados y faenados ahí mismo, hasta venta de frazadas, cubiertos, especias, venta y compra de cabello, o comidas al paso. Ahora el sol se pone lento detrás de los cerros, un burro come pasto duro, una quebrada se incendia allá arriba. Coquena huye. Al costado de la ruta aparecen pedazos de hielo, es agua condensada por las bajísimas temperatura. En un rato llegaremos a los 3500 MSNM. Esta sola escena es una que Piero y Sabino tal vez no olviden nunca. Es su primer viaje juntos al norte. El segundo viaje largo que hacemos los cuatro juntos.

Amaicha nos recibe de noche, estuve en este pueblo hace unos dieciocho años atrás y no recuerdo nada. Somos los últimos en llegar, esta noche somos once, mañana seremos catorce. Los días, las noches y con ellos las mañanas y las tardes, se sucederán distintas aunque con ciertas regularidades. Las mañanas frías, cálidas entre las 9, 30 Hs hasta las 11, 30 Hs y calientes de allí hasta las 17 Hs, luego el descenso de la temperatura con la ida del sol será una condena. Pao y los nenes siempre arriba temprano, quilombo total como si estuvieran solos, mas tarde alguien se levanta y prepara un mate, otro se ducha, una familia siempre despierta última, no voy a decir cual, una galletita se completa con miel y queso de cabra, el sol pega contra la galería y salimos a tomarlo. La galería es un sol en sí mismo. Sus paredes cubiertas de murales y una copla, “yo quiero hacer de mi vida nada mas que un fogoncito, que no queme ni haga daño, pero que sepan que existo” ese es el tono único y necesario para que se entienda la calidez de la casa de Cristina. Es decir, la casa de Cristina esta hecha para recibir. A esa mateada extendida mas allá de la media mañana le sigue una excursión, o simplemente, la deliberación acerca del almuerzo y la apertura de una primera cerveza a lo que le seguirá una inmediata picada. Todo es atravesado por conversaciones cruzadas, aquí y allá, mientras tanto Pierito, Sabino y Simón juegan a que son guerreros con espadas, o juegan con la arena y corren con la montaña de fondo, desde acá, desde la galería, se pueden ver las cumbres con hielo, allá en lo alto hay mas de 4000 metros, todo ese marrón de la montaña   se corta con las lenguas blancas de hielo o con una pelea seria entre los guerreros. 

Las risas, la fluidez en la conversación, el ida y vuelta, la chicana conocida, las repetidas historias entre nosotros, de, cómo nos conocimos, ¿desde cuando estamos juntos? Desde el 2004, no yo mas, no yo menos. Cosas viejas y aburridas para un ajeno se combinan con cosas nuevas y alentadoras para los íntimos. La onda de Martin con los nenes, las persecuciones a punta de espada, la demanda constante de los chicos que  Martin atiende y que Trucco ni registra y está bien así. La infatigable excitación de Piero los dos primeros días que significaron mi fatiga y mi hartazgo los dos primeros días con Piero. Las comidas siempre tienen un encargado principal, y un séquito que colabora en la mise en place. Acá no hay cosas ni muy planificadas ni muy improvisadas. No somos improvisados. A la cerveza le sigue un vino catamarqueño, tinto o Torrontés, y a la sucesión de ellos, de esa continuidad la pregunta mas oída del viaje “¿Dónde está el destapador?”, seguida de cerca por “¿Cual es mi vaso?” Luego una siesta, o la continuación de este recreo de una semana al rayo del sol, en manga corta claro porque el sol esta picante, lo sé yo que traje todo manga larga atento a una supuesta nevada y temperaturas bajo cero que no llegaron hasta el día de irnos.

El domingo por la noche, ya con Mili y sus hijos con nosotros, ofició como festejo formal de mi cumpleaños. Un lechón al asador en manos de Trucco y una sorpresa tejida a mis espaldas fueron las ofrendas. En verdad diría que esa noche es un regalo en sí. Lo es en mi vida. Queda para siempre. Lo es porque aún recuerdo el día de enero que nos reunimos a almorzar con otros pretextos pero yo sabía lo qué iba a proponer y sabía que era una locura: Hacer un viaje todos juntos como celebración extendida de mi cumpleaños. Aclaro que el rango de edades de los viajantes abarca entre los 60, 50, 40, 22, 8, 5 y los 3 años. Ese día dije que quería contarles algo que se me había ocurrido, difícil de concretar, pero que ese era mi deseo. Cuando terminé de explicar en qué consistía, todos dijeron que sí. No hubo reparos, ni dudas, solo ideas, fechas tentativas, Cristina agregó “Nacho, invita a quién quieras, sea de este grupo o no, hay diecisiete lugares” Yo lo mantuve restringido a este grupo porque a la vez necesitaba quórum para otros viajes durante este mismo año. Esa noche es mi regalo. Es mi momento. Es el instante en el que relaciono aquél enero, toda la ansiedad previa, la generación de conciencia  con los chicos para que entiendan que íbamos a hacer, que comprendieran que eso que hicimos con naturalidad implica una sumatoria de voluntades, logística familiar, postergación de proyectos propios y que obviamente también implican guita. Agradezco con el corazón tener los amigos y la familia que tengo, agradezco a la vida este cruce como también la vocación en sostenerlo. Mi vida reconoce dos grandes invenciones. A saber: La gestación del baby asado (reinvención personal del infame baby shower yankee en modo argento = asado y chupi para todos mis amigos que aún sin conocerse entre sí aceparon la idea original de conocerse y reunirnos varias veces al año simplemente a chupar y morfar como cosacos como celebración de la llegada de mi primer hijo. Eso se sostienen desde el 2012 año en que Pao quedó embarazada de Pierito); y esta idea de hacer varios viajes como festejo de mis 40. Nadie nunca podrá robarme eso. Y si Einstein inventó la luz a mi me chupa un reverendo huevo. Allá él. Esa noche es Érica y su voz, el regalo es una bagualera de Amaicha con una voz desmesurada en su caudal, terciopelada en los tonos que elige para cantar y con una pasión por la canción tan singular como entrañable. Érica canta con una caja prestada, nos dijo, porque vendió la suya para volver del encuentro de mujeres en La Plata, pero eso será más tarde, después de cenar. Ahora en la previa Érica canta con vergüenza, dice que siempre va con alguien porque le da vergüenza, hoy la acompaña su hermana, más tímida que Érica, rostro aindiado, rostro de Mongolia sin duda, más tímida que Érica sin duda, con un registro de voz más similar a las copleras. Cada tanto ríe y toma Coca-Cola, lleva puesta una campera Adidas color rosa furioso. 

La primera parte está concluida, luego la cena, el vino corre, después el cayote con queso. Alguien dice qué linda canción es esa, la tararea pero no recuerda la letra. Y Érica, como si le hubieran pinchado la cola con un alfiler de las que usaba Bilardo, salta de la silla y canta a capela. La voz de Érica parte la noche al medio, se cae la luna, nosotros nos miramos extasiados por lo que estamos presenciando, el lechón resucita. Terminado eso agarra un cancionero de folclore y no parará hasta que otros invitados, encargados de llevarlas, digan basta. Esa noche es mía y es mi regalo por la inmensa alegría de conocer casi todas las canciones que cantó, salvo dos o tres, conocía todas las canciones, y eso es un encuentro. Si una bagualera de este valle tiene un repertorio que yo conozco casi entero quiere decir que mi búsqueda, mis intereses, mis años siguiendo ciertos artistas y autores, y no otros, no han sido tan errados, ese encuentro es esa noche en la que le pude decir que tal como decía H. Tizón en La mujer de Strasser, mi cumpleaños era ese día pese a haber sido el 5 de junio, por el asombro que ella me había provocado, es esa felicidad que dura nada pero que deja marcas, es ese momento de la noche en que mis lagrimas caen porque Érica canta Taky Ongoi, una canción de reivindicación de los pueblos originarios que dice entre otras cosas “Nuestra América es India y del sol” pero además canta Subo, esa vidala de Castilla-Valladares que dice “Me voy a los cerros altos, a llorar a solas, lejos. A ver si se apuna el dolor, subo, subo” Ese “a ver si se apuna el dolor” cobija tal vez una de las mas grandes frases del folclore argentino, aclaro, para entender esa frase hay que haber venido o saber algo de estos pueblos, dicho de esa boca, en esa inmensidad de montañas no es menos que para llorar. Y si queres llorar, llora. Así que lloré.

Luego habrá tiempo para ir a las ruinas Quilmes, pasar por Catamarca y deslumbrarse por algunas construcciones estatales del siglo XIX, en general escuelas que permanecen anchísimas e inclementes al paso del tiempo; a Cafayate volver, volver siempre a ese sitio de exponencial belleza, entre charlas tan perdidas como los burros o prestando especial atención a las preguntas de Pierito que no son ni pocas, ni sencillas; y al mismo tiempo oír a Sabino que con esa ternura ancestral es capaz de decir las cosas más ocurrentes como tantas otras repetidas de esa voz madre que para él es su hermano mayor. Bajar de la Quebrada de las conchas, comer esas empanadas endemoniadas con esos vinos fabulosos y todo  a las cuatro de la tarde que es como correrle una carrera desigual, y sin sentido, al tiempo. Desafiarlo. Después volver por la ruta 40 mirando el cielo estrellado, tomando mate, sabiendo que la casa espera, que las charlas de sobremesa aguardan, que el vino y la música nos esperan para cantar en voz alta todos juntos al rededor de una mesa, mirarnos a los ojos felices de que nuestros hijos también puedan encontrar ese punto íntimo de amor que es estar siete días juntos y llorar de risa, o de emoción, pero siempre de manera autentica, en ese mismo tono de honestidad humorística que a veces me pone en contra de los míos, por lo que se dice de acidez mi humor tendría, pero siempre así, felices o tristes, pero convencidos de que esto era posible, tanto como lo fue.

16 abr 2018

El cielo con las manos


Por Nacho Fittipaldi

Cuando toco la placa bajo la cabeza y dejo soltar las antiparras, me saco la gorra, la vista nublada. La cabeza va a explotar. Miro el agua que aún se mueve, a mi derecha e izquierda los nadadores de ambos andariveles ya han llegado. Sobre las rodillas y hacia adentro de los muslos siento fuego. No sé si es el uso de la calza o un nuevo síntoma de fatiga, se siente mal. Miro hacia el costado donde esta la barra de Poseidón, muchos aplauden y gritan cosas que no oigo pero sé lo que significan: Aliento. Otros toman mate sin prestar atención, se abrazan con otros compañeros que acaban de nadar, o simplemente ríen y conversan. Las jornadas son largas, intensas y demoledoras. No lo imaginé así. La convivencia placentera resuelve todo. Ahora que escribo sentado, cómodo en un sillón de oficina, con el mate aun caliente y la yerba que respira, siento una plenitud que se parece mucho a la felicidad de otros momentos con mis hijos y Pao; o la sobremesa de un asado con amigos; o la pausa del cronometro cuando cruzo la meta de una carrera de aguas abiertas; o cuando se mira el sol caer en el fondo del mar y el sonido queda en el aire; o cuando la carcajada irrumpe y con Pocke no podemos dejar de reírnos cómplices, en eso que casi ya es una costumbre de la cantidad de veces que viene sucediendo. Pese al agotamiento se siente bien este cansancio. Cada día es una eternidad y en esa eternidad suceden millones de cosas y en esas cosas hay un segundo que se modifica en el siguiente inmediato. Es la alegría de una medalla en una carrera y es la bronca por no haber cumplido la estrategia pensada en la siguiente; es un mate salvador, o una fruta en el momento justo y la pena por una descalificación incomprobable. Es ver llegar a compañeros que han salido de La Plata luego de trabajar y recordar que somos 49 nadadores entre 21 y 72 años de edad que fuimos hasta Rosario a buscar algo que no solo es un lugar en el podio de un torneo nacional, si no que además es hacerlo de determinada manera y con determinadas características. No de cualquier forma. Esos instantes, decía, son momentos concretos que quedan guardados pero que a la vez, al día siguiente, parecen viejos. Las carreras salen una tras otras, mientras tanto la pileta se va rompiendo de a pedazos, los albañiles reparan a las apuradas algo que todos sabemos durará una hora. Hay momentos que se suceden y luego se convierten en habituales, por ejemplo, ablandar en esa pileta extraña de tres andariveles, cruzarte con los que nadan tu misma prueba en otra categoría y comentar y compartir sensaciones ya nadados sabiendo que la tarea está hecha, total o parcialmente. Mear mucho, ¿por qué se mea tanto?  Almorzar todos juntos, cenar todos juntos, ir de acá para allá, nadar las postas, siempre alentarse, y buscar la distracción entre carrera y carrera, el descanso en la playa luego del almuerzo, el silencio bajo el sol, el ruido tenue del Paraná, los buques areneros sobre el río, los botes pequeños de aquí para allá, esa manera de estar, tan singular, tan siesta de domingo.
Otra cosa destacable, desearle lo mejor al otro, y lo mejor para el otro es muy distinto de lo mejor para mí. Lo mejor para mí es que no me descalifiquen, oír la chicharra, subir al partidor, sujetarme fuerte de ese cajón de fruta que vinieron a ser los partidores, quedarme quieto, inmóvil, respirar profundo, partir, entrar bien sin irme al fondo, hacer un buen sub-acuático, nadar como corresponde a la carrera indicada. Si se puede, hacer un buen tiempo, bajar una marca personal. En mi caso después de 10 años bajé mi marca en 50 libres, aquella era en pileta corta, ésta en pileta de 50 metros. Por entonces tenía 30 años, en dos meses cumplo 40, no tenía pareja ni hijos. Así de intensos los logros. Sin embargo cruzarte en zona de pre-competencia con Facu, o desearle lo mejor al alemán, o a Francisco, significa otra cosa. En ese caso lo mejor para ellos puede ser  hacer un récord nacional, o ganar la categoría, o dejar el corazón en los 100 mariposa y ganarle a Vidal una carrera que quedará para siempre en la memoria de cada uno. Vidal levantándole la mano a Facu y el estadio cayéndose a pedazos bajo la ovación unánime. ¿Se puede pedir mucho más? Sí se puede. Falta. Esa mixtura de momentos es la mística de la que siempre se habla y de la que otros empiezan a hablar cuando hablan de nosotros. Nosotros somos nosotros, no somos una franquicia. Nadamos en una pileta, entre tal horario y tal otro, nos vemos todos los días, comemos asados, pizzas, nos juntamos, construimos vínculos, nos queremos. Eso es un club, de ahí salen la fuerza y los puntos; de los nadadores eximios y de los que no somos excelentes nadadores pero que sumamos lo necesario para estar donde estamos a fuerza de disciplina, voluntad y amar la natación. Y eso es desde siempre, ese es el gran trabajo de Facu y Claudio, hacer de gente común nadadores competitivos, por eso hay gente como Pepe, Bombi, Franco, Patricia, Pocke y Mariel que están hace mas de una década peleándola en cada argentino, no siempre con los resultados esperados; y hay otros como Joaquín, Maca, Guillermo, o Caro que se han sumado hace muy poco pero que la viven igual que aquellos y que como todos dejaron el corazón en cada carrera, en cada brazada, en cada momento de ahogo en donde parece que te vas a pique y no se sabe bien de dónde aparece un plus para salir adelante y llegar a la pared. Es ese instante en el que el relator dice que el tercer puesto es para el Club Dragones y entonces sabemos que los segundos somos nosotros porque Libertador siempre gana. Pero ese segundo puesto es el primero, por lo dicho antes, porque somos un club de barrio, porque somos la pileta más grande del país, porque si no, no se entiende la relación de fidelidad de cada uno de nosotros para con Facu y Clau, ni la de ellos con nosotros, ni la de nuestras familias con nosotros y esos “permisos” que nos damos para hacer estas cosas. 
Este campeonato es ese abrazo imaginario entre Facu y Juan Pablo que no pudo ser, ese abrazo real y concreto entre Facu y Claudio, entre Emi y Beto, o Vero con Vicky, es para mí la angustia y la incertidumbre de los 15 días previos sin nadar y perderme la puesta a punto por un dolor insoportable en la columna, es el corticoides que me inyecté para poder nadar este torneo y la ingesta durante diez días de un analgésico fulminante que al final del día me dormía cada vez. Es tirarme a nadar la primera prueba del torneo, los 100 espalda, sin saber si en la partida o en la vuelta no me quedo duro otra vez y chau torneo, es ese absurdo tercer puesto en esos mismos 100 metros y es esta locura hermosa que cada uno asumió vivir. Es tener miedo y no poder decirlo. Es tener angustia al ver amenazada la ilusión de participar. Seguro que cada uno tiene historias parecidas a la mía, no soy un héroe, seguro que las tienen. Sofi con su tobillo, Miguel con su cuello, Beto y ese huevo maradoniano en el tobillo derecho. Todos dejamos todo. Es ese instante en el que por fin nos tiramos a la pileta, ya con el subcampeonato ganado, ya con las lágrimas caídas, ya abrazados, ya heroicos, ya en la historia de la natación amateur argentina, esa pileta en la que la padecimos es ahora un recipiente de agua mansa que nos recibe para celebrar, es siempre agua, trabajando en ella y festejando en ella. Ojala nunca perdamos de vista por qué nadamos, qué es el deporte amateur, qué fuimos a buscar a Rosario y cómo obtuvimos lo que nos llevamos, y a qué vamos a ir a Córdoba en  septiembre de este mismo año. Gracias otra vez por hacerme un lugar, ese espacio en el que me realizo no solo como nadador, en ese contorno hermoso que queda delimitado por lo que llamamos Poseidón.


15 mar 2018

Paraná, crónicas indiscretas


Por Nacho Fittipaldi


En el auto que denominamos “auto uno” viajan Pocke, Beto (el mal educado del grupo), Flavio y yo. El auto es el mío. Ni bien se arma el viaje Beto se sube al asiento del acompañante. En el auto dos van Franco, Seba, Villo y el hombre que nada pecho: Toro. El auto uno sale de City Bell a las 10 horas del viernes 10 de marzo. El auto dos sale a las 14,30 Hs. Para el viaje preparé unos bizcochitos de avena una receta que mi vieja hace desde que somos niños, sencilla pero efectiva. Sabiendo que Beto es de buen comer, preparo el doble de proporciones que lo habitual. Pese a ello Flavio decide parar a comprar otra cosa y se despacha con dos generosas docenas de facturas, lo que arroja 6 facturas per capita, más los 2 kg de bizcochitos. Así arrancamos. La actitud de Beto como copiloto es lamentable. Los mates llegan desde el asiento de atrás, Flavio es quien provee, así será ida y vuelta, además de ser el único decidido a colaborar alternando el volante conmigo. La actitud de Pocke (en el auto) también es más bien pasiva y olvidable.
Llegados a Paraná vamos al hotel hacer el check in, dejar los bolsos e ir de inmediato a la playa. La habitación tiene tres camas individuales y una matrimonial. Un criterio para quedarse con esa cama podría haber sido, por ejemplo, que el que manejó mas duerma más cómodo, o que sorteáramos la cama doble, o cualquier otro criterio que se les ocurra, pero no, la bestia de Huanguelen se tira sobre la cama matrimonial con cara de “sáquenme si pueden” y actitud de foca en celo. Asunto resuelto. Él dormirá ahí las dos noches.
Ya en la playa descubro la belleza de ese rio que siempre me produce una misma sensación: La combinación de admiración y majestuosidad. El río esta calmo, casi nada de gente en la playa, apenas dos viejas y una pareja de nuestra edad con sus pibes en el agua. Adentro del río un grupo de entrenamiento hace kayak o algo que se le parece. Hace 32º y para mañana anuncian 34. Caídos en la cuenta, reconocemos que  no hemos almorzado, solo mate, bizcochos y atracón de facturas. De ahí vamos al club, apenas doscientos metros a pie, donde mañana haremos la confirmación de inscripción y el punto final de la carrera. Reservamos mesa para comer todos juntos esa misma noche, al aire libre. El auto 2 viene demorado, pese a nuestra tajante, oportuna y explicita indicación de NO BAJAR por la avenida  9 de julio ingresan en 9 de julio y se comen el tedio y fastidio de embotellarse en Bs.As. Merecido.
Reservada la mesa salimos a caminar por la costanera, el calor es sofocante, son las 18,30 Hs y el calor es algo molesto ya. La costanera de Paraná tiene ese mismo encanto que ya disfruté en Posadas y Corrientes. La ciudad da al río, se vuelca sobre él. El río está alto, mañana será una carrera rápida. Caminando entre los lugareños que pese al calor salen a trotar, andar en bici o simplemente a tomar mate frente al río, descubro, así como así, como si mi cerebro tuviera un GPC pre configurado, un local de Patagonia, frente al rio y una hospitalaria pizarra que dice “Happy hour de 18 a 21” ahí echamos el ancla. El auto 2 aun está en la ruta y nosotros vamos por la primera cerveza del fin de semana. El local está en la pendiente de la barranca que llega al río, en el medio del lugar prevalece un eucaliptus de dimensiones desmesuradas, las mesas están puestas en torno a él, entre desniveles y loros barranqueros que hacen de sus alaridos el sonido ambiente. El sol se cae en el Paraná. Los dos veterinarios de la mesa se manifiestan abiertamente incordiosos con las verdes aves. Insensibles. Las conversaciones se desparraman hacia varios lugares, en cada una de ellas hay una constante, Beto interrumpe todo lo que no le interesa, vos podes estar contando que te tienen que cortar un brazo por una gangrena y él te interrumpe para contarte que Huanguelen se quiere independizar de Coronel Suarez. Ya alertados, con Pocke y Flavio nos concentramos en tratar de educar a Beto en tan nefasta conducta. Al menos durante este fin de semana. Beto se ofende. Él mismo ha dicho en el auto que la cuestión central de la sociedad es la educación, y que el principal problema de Alexis es que se comporta como un muchacho de Berazategui en el corazón de City Bell. Paradojas.
Las cervezas corren y son las 20 Hs. Dan ganas de quedarse a vivir acá. Volvemos al hotel. Nos bañamos, volvemos al club, elegimos una mesa. La noche está calma, el río no hace un solo ruido pero está ahí, inmenso, soñado, latente como el inmenso manto que es. El auto 2 sigue dando vueltas no sabemos por dónde, son las 22, 30 Hs y no han llegado. Para ir picando pedimos unas rabas, sabido es que el calamar es un típico bicho de río, también unas empanadas de no se sabe qué dado que el mozo mucho no pudo precisar, consultado por si había empanadas de boga, dijo que había pero no de boga, en cambio afirma que hay empanadas de pescado. Entonces pregunto de cuál pescado y responde que “de todo un poco” Genera dudas. Las empanadas son algo sosas, medio como de goma, con un dejo de gusto a pollo, o algo así. Fácilmente olvidables. A las 22, 45 Hs el auto dos sigue sin llegar, por mensajes estamos al tanto pero el viaje se hace largo. Un coso se acerca y con cierto tono de autoridad y con cara de mira como les cago la noche, el tipo que no es el mozo que nos atiende, dice “Muchachos, pidan porque la cocina cierra a las once y a las doce el restaurante” Entonces hay que pedir pero el tema es el auto dos no llega, y nosotros no somos Beto que arranaca a comer solo sin esperar al resto. Seba dice “Muchachos, ustedes coman y pidan por nosotros. El Villo no me come desde el medio día” Nosotros pedimos, empezamos a comer y por mensaje de voz llega la comanda del auto dos. Pocke llama al mozo, un lugareño bajito, con anteojos, pelado y cara de abuelo que hace regalos chotos para los cumpleaños y saluda a sus hijos el día de sus santos. Escucha el audio que envió Seba desde el auto y toma nota tan rápido como puede, es como cuando en la escuela te tomaban dictado. Las risas están al costado de la boca, caen una a una, ya corrieron dos cervezas mas durante la noche, sumadas a las otras de la tardecita. El mozo repasa en voz alta la comanda, hay tres platos de pastas y un cuarto plato, el de Villo, que pide boga a la parrilla con “ensalada de zanahoria, huevo y lechuga”, el mozo dice “la lechuga te la debo” todos reímos porque esa combinación es inaudita. Es más, deberían prohibirla. El auto dos llega. Son las 23 Hs y al fin esta todo el grupo reunido. Hacemos un brindis, llegan los cuatro platos del auto dos, cuando Villo tiene su plato en frente dice, “Que es esto??”, el mozo responde “surubí con ensalada de zanahoria y huevo” Villo con cara de niño al que le han cambiado su regalo de navidad dice, “Yo pedí boga”, como si la diferencia fuera visceral y definitiva. El comentario más o menos general del resto de la mesa es: Villo, come y dejate de joder. Pero Villo no come, se resiste y termina pidiendo papas fritas.     
Ya en el hotel y acostados cada uno en su cama reconocemos que la habitación es algo calurosa. El aire está encendido pero no alcanza. Alguien prende el ventilador de techo. Mi cama es como un sarcófago, el colchón es tan antiguo como la ciudad, es como si me abrazara desde los laterales hacia el centro, y me devora, como si yo fuera el relleno de una empanada gigante. Todos puteamos contra el colchón, menos el señor de Huanguelen que duerme solo en la cama matrimonial y sobre el único colchón confiable. Pero no basta con eso, el mal educado del conurbano durante la noche se levanta y apaga el ventilador, claro, él está cerca del aire y el ventilador esta sobre él, su manejo en la habitación da a entender que él es el dueño del hotel.
Al día siguiente el desayuno será una cosa larga, la lentitud del muchacho que atiende es calamitosa. Luego nos vamos al club, el calor y la humedad provocan zozobra. Confirmamos las inscripciones, tomamos los kit y nos ubicamos a la sombra de unos sauces, por ahí cerca un tipo arrebata un cochinillo. Al borde del río y a pocas horas de la carrera todo empieza a cobrar un sentido particular, ese rio inmenso aguarda por nosotros, sin embargo, y con algo de dulce inconsciencia, todo fluye alegremente, entre risas y consejos atinados. El almuerzo es un trámite, unos fideos, unas aguas y ya. El grupo ya sabe que después de la carrera el local de Patagonia nos abrazara con su happy hour, Franco dirá, “Cómo vamos a chupar!!”  pero aun falta. Ahora comemos en el mismo restaurante que la noche anterior pero adentro, escaparse del calor es necesario. El mozo es el mismo. La digestión se realiza mientras nos ponemos protector solar y vamos separando lo que ya no será útil en el agua, antes de eso cada uno se echó en el pasto, el grupo se toma unos minutos de silencio como para visualizar la carrera, conectarse, ordenar la cabeza.
 Subimos al micro que nos lleva hasta el lugar donde inicia la carrera, el micro se encaja en un lugar insólito, hace tres meses que no llueve y el tipo se mete en un charco inverosímil. Toro va al lado mío. Es re peludo. Adentro del rio, esperando el ok para la largada, ese instante se perpetua en el silencio del lugar, los boteros se hacen chistes entre ellos, un tipo nos dice que hace unos días hicieron una fiesta en la isla que está en frente, que amarraron todas las lanchas ahí y que hicieron 500 hamburguesas y (creo) cinco choperas de 30 litros de birra, que la pasaron rebien, el tipo resulta ser el médico de la carrera. Una garantía. El clima distendido que se vive en ese momento es como si no estuviéramos por nadar, es un momento hermoso, que guardé para siempre.
Toro va pecho, como siempre el enfermo va pecho. Su botero, a diferencia mía habla con él. Toro y su botero hablan, le dice “por qué haces eso??” -se refiere a nadar pecho- “no te hace mal?? Vas a vomitar!!!”, “no hagas mas eso” para el botero nadar es nadar crol, y eso que hace Toro es otra cosa, incluso le dice “cuando nadas avanzas un montón. Nada!!” Martin Toro es un enfermo que nadó 20 km pecho, nadie entiende cómo no se rompe la rodilla, ni cómo es que alguien prefiere nadar pecho antes que crol en aguas abiertas. Cuando salgo del agua y me quedo viendo las otras llegadas escucho al relator de la carrera, sí, hay un relator que va narrando cada llegada, el tipo tiene un vozarrón imponente y su voz se propaga por los auto parlantes, en un momento dice “ahí viene el nadador, alternando pecho y crol, pecho y crol, pecho y crol” Desde donde yo estoy no veo quién es el nadador en cuestión pero es obvio que es Toro. Y Toro llega nadando pecho, como un desquiciado. Después estamos todos juntos, nos abrazamos, recibimos los premios, tomamos unos mates, el relator sigue, dice “Segundo puesto de la categoría para Ignacio Fittipaldi, las chicas le dicen Nacho”, cosas así de absurdas, para rellenar, a una piba le dice “Ahí esta ella, primera en su categoría, Noelia Sánchez de Rosario, foto, flash,  y adddeentnntrroooo” las figuras que usa no son siempre las mejores. Cuando sube Seba el relator dice “Sebastián Pérez, el hermano del jugador de boca Pablo Pérez” chistes y comentarios así de inocuos pero que hacen de estos algo divertido y ágil. Se agradece.
Después volvemos al rio, nos metemos pero para mitigar el calor, ahí corroboramos la irregularidad y las profundidades del lecho del rio. Da miedito.
Vamos a Patagonia. Tomaos la primera cerveza, brindamos por haber cumplido el objetivo pero fundamentalmente por estar juntos, compartir la natación y momentos como estos. Las cervezas se suceden, una tras otras, tanto que en un momento determinado hay 12 pintas bien colmadas de birra fresca y exquisita pero en la mesa somos 8, alguien peco de angurriento y ansioso. “Otra ronda mas??” dice el despachante. Después los chicos del local nos regalan otra ronda habida cuenta de la abultada ingesta y su correlato económico. En ese contexto asistimos a un fenómeno casi sobrenatural, Villo sufre un temblequeo bastante fuerte en sus manos que, ha simple vista podría confundirse con parkinson, pero no lo es, se llama Temblor Esencial. Seba le pide a Villo que me lo muestre, entonces Villo abre los dedos de sus mano, las palmas hacia abajo, los brazos extendidos como haciendo una imposición de manos. Con la primera ronda de birra el temblequeo afloja, luego de la cuarta ronda de cervezas el temblequeo ha desaparecido, Seba le dice una y otra vez, "A ver Villo??", luego de cada ronda, y efectivamente el temblequeo se ha ido como en un pase de magia. Razón por lo cual continuamos tomando aunque solo a él, y a ese solo efecto, lo beneficie. 
El fin de semana va terminando, aun queda la noche del sábado, el domingo y la compra de regalos, paramos en un localcito a la salida de la ciudad, buscando mates, artesanías, etc. Villo pregunta “Tienen débito??” y ahí arranca una compra compulsiva que va desde alfajores a un mortero tamaño baño y unos bombos para Renzo. Seba que compra un mate y pide que le graven en la boca del mate, la leyenda “Paraná 2018”, el dueño del local dice te “Va a quedar un poquito cargado”
Ahora llueve, llueve en Paraná después de tres meses, hay 21º, trece grados menos que el día anterior y el sol es ahora solo una suposición, escondido y expectante aguarda para la largada de los 21 km que será a las 15 Hs. Tal vez el año que viene ese sea mi objetivo acá. Nadar esa distancia, en un río como este, con amigos como ustedes.