4 dic 2017

Solo nadar

Por Nacho Fittipaldi


Mayo de 2017, apoyado contra un poste, debajo de una galería que lo protege de la lluvia y de un frío ruso, Franco toma vino. Sé que su experiencia y su voz pueden dar forma a mí aspiración. Solo lo conozco de vista y en apariencia es un tipo corto. Sé su nombre, él desconoce el mío. Me acerco solicitando vino, es una excusa, mientras la carne espera en la parrilla. Dos o tres comentarios triviales y entonces pregunto “¿Vos nadaste los 20 Km en Vuelta de Obligado, no?” Cuando uno hace estas preguntas sabiendo la respuesta suele haber dos opciones: una es que quien responde lo haga de manera grandilocuente, exagerada, una adulación de sí mismo; otro camino es responder como Franco lo hizo, fue un sí corto, sin adjetivos, sin información, dirigió la mirada hacia el fondo del vaso en donde el vino se movía circularmente. Recién después de unos segundos agregó, “¿La queres hacer?” Mi respuesta fue algo parecido a un permiso para dejar que él se explayara. Dije que me gustaría, sin referir que mi experiencia era prácticamente nula en aguas abiertas y menos aún en una carrera de esa salvajada de cantidad de kilómetros. “Hacela eh –dijo- es hermosa” Lo que vino después fue casi una botella entera de ese mismo vino, algunos sándwiches de cuadril y un choripán. Miguel era parte de la conversación. El frío no menguaba. La decisión estaba tomada.

De frente el Paraná-Guazú es una inmensidad heterogénea e intimidante. No da miedo pero es imponente y esplendido. Al fondo, del otro lado de la orilla, si es que aquello es una orilla, puede ser una isla que solo obstruye el flujo de agua, se ven apenas unos árboles, indistinguibles. Acá apenas unas totoras y barro. Caminamos hasta el río entre palabras de aliento. Soy el que menos experiencia tiene. Soy el que no tiene ninguna experiencia. “Vamos eh, nadá tranquilo!! a disfrutar” Esa es la frase que más he oído en este fin de semana. El agua del Paraná está cálida, moja nuestros dedos, mansa, el abrazo con Franco, Seba, Sol y Martín es el último contacto con el grupo antes de largar las más de tres horas de carrera que nos esperan por delante. El barro del río se mete entre los dedos de los pies. El sol apenas si se deja ver, son las 10 de la mañana del domingo 3 de diciembre. Suena la campana que indica la partida, largamos.

Para quienes nadan, o han nadado en pileta alguna vez, o para quienes ni siquiera han hecho esto, deben saber que nadar en estos ríos implica una falta total de visibilidad, pese a que el agua está limpia, la visión humana acá es solo una posibilidad remota y las referencias en la costa solo presunciones. Desde adentro del Paraná-Guazú hacia sus márgenes, nada se ve. Mientras nado rumbo al canal de navegación voy pensando en cómo debo mover los brazos para ahorrar el máximo de energía posible, vamos sin botero, sin guía, es decir sin nadie que nos asista con agua, sin nadie que vea por encima del oleaje, ni que nos  dé media banana, o unos gajos de naranja para reponer lo que el cuerpo irá perdiendo kilómetro a kilómetro. Llega la primera boya de referencia, son esas conocidas de metal que durante la noche emiten destellos para marcar los márgenes de navegación de los buques, sigo nadando, pienso en nadar largo, llevando los brazos bien adelante, el brazo y el antebrazo forman un triángulo abierto en la base, la mano saliendo atrás, pegada al muslo, así, una y otra vez, durante tres horas, esa es la clave, no apresurarse, disfrutar, mirar el paisaje, hidratarse con los geles que cada uno lleva dentro de las mallas, son tres para tomar uno cada 45 minutos. De repente una moto de agua de Prefectura  me hace señas para que vire a la derecha, hacia la costa, tengo que meterme en la boca del Río San Pedro, desde allí hasta la llegada quedan 14 km. De ahora en adelante nadaremos en un río con menos correntada de lo esperado, al menos por mí. Este río es de tamaño medio, por momentos tiene 70 metros de ancho, en otros 40. En los primeros kilómetros solo se ve campo y planicie, algunos pocos ranchos de chapa sobre pilotes funcionan como puesteros que deben mover el ganado de una isla a otra buscando las pasturas. No hay gente, solo campo y agua. Al mirar el cronómetro veo que van 55 minutos de carrera, hora de tomar el primer gel. Busco alguna embarcación que pueda asistirme con agua, como a 200 metros  una lancha a motor sobre la margen derecha del río aparece como opción, me acerco, pido agua, preguntan cómo me siento, les digo que estoy genial y que nadar en el tramo del Paraná-Guazú que quedo atrás me pareció un placer inesperado. Allí se produce el siguiente diálogo en las siguientes condiciones. 


Estoy agarrado a una soga de la lancha para que la corriente no me lleve río abajo antes de hidratarme, con la otra mano saco de mi pubis el sobrecito de gel, con cuidado de que los otros dos no salgan a flote y los extravíe, se lo paso al muchacho de la lancha, yo estoy prácticamente debajo de la lancha porque el agua corre fuerte hacia abajo, mi brazo extendido apenas llega a reunirse con la mano del pibe que me pasa un vaso con Gatorade y el gel ya diluido:


-Por qué estas sin botero? –pregunta él-
-        -No sé. Te aclaro que atrás mío vienen dos más. Uno nadando pecho
-         - Nooooooo, el mismo del año pasado?
-          -Ese mismo
-          -Y por qué nada pecho?
-          -Y vos por qué pensas que nada pecho? –pregunto colgando de una soga como si fuera un numero de De la Guarda-
-          -Porque está loco!!
-       -Eso mismo. Chau, muchas gracias –digo yo y solo con soltarme de la soga el río me arrastra 40 metros sin que haga falta nadar.

Ahora es tiempo de buscar el puesto de agua formal que está a los 8 km de la largada, mientras nado pienso y me digo, ´nadá largo, nadá largo, solo eso´. Por momentos disfruto tanto que olvido los 12 km que faltan, estoy entero, apenas duelen los hombros y un poco los tríceps, sé que si nado largo llego, sé que estoy entrenado para llegar, sé que quiero llegar, solo queda hacer esto mismo durante dos horas más. No es poco, es toda mi chance. Mentalmente pienso cómo llegue a estar en este río haciendo esta locura. Hago una revisión, recuerdo la crónica de Damian Blaum cuando nadó 8 Hs 17 minutos en la Hernadarias-Paraná luego de recorrer 88 km, ese fue el inicio de mi curiosidad. Repaso el pasado inmediato. Llegamos a San Pedro, cambiamos la goma que pinchamos, tomamos mate en el hotel, fuimos a la charla técnica, nos encontramos con Sol y su encantadora familia, tomamos mate, se largó a llover el sábado y no paró hasta ahora, las 08 AM del domingo. Fuimos a cenar. Qué atracón nos pegamos. Al llegar al hotel Germán, el dueño, nos recibe con una patada en el pecho, dice que las competencias de aguas abiertas cercanas a San Pedro se suspendieron por la sudestada y las malas condiciones climáticas. Las carreras de aguas abiertas se suspenden por tormentas eléctricas o por olas de tres metros, no por lluvias, en general. Sin embargo al chequear en internet vemos que es cierto. Este tipo que para mí es un resentido social que no puede ver feliz a la gente, ha arruinado en un segundo todas las bellas sensaciones de la charla hermosa que tuvimos durante la cena; nuestras vidas, nuestra relación con Poseidón, los esfuerzos familiares con nuestras parejas para que podamos hacer esto que tan felices nos hace. Qué se le juega a cada uno en este tipo de desafíos. Nadar no es hacer un deporte. Nadar es un deporte que implica un estado físico, anímico y eso determina un estado mental. Solo así se puede llevar adelante una carrera con estas características. La noche se deja mojar como en pocas ocasiones, de punta a punta. A las 06, 40 AM suena el despertador. Un pájaro canta la lluvia. Desayunamos, vamos al club en busca del condenado “Suspendido” de la Prefectura. Nada de eso, esto se corre muchachos, a cambiarse, a comer, a tomar agua, deja de llover, sale el sol. Estamos en el agua.

Nadá largo, solo eso, pensá en eso. Me repito una y otra vez como una secuencia mecánica. El puesto de los 8 km no aparece, pregunto a un botero si ya me pasé, de los 6 km hasta donde estoy he nadado más de dos kilómetros, estoy seguro, y el puesto de hidratación nunca apareció. El botero me dice que ni idea. Genial la puta que te parió. Decido desenroscar eso de mi cabeza, esté adelante o haya quedado atrás, ese puesto ya no forma parte de mis opciones, pido agua a un bote cualquiera y decido seguir. Ahora queda encontrar la barcaza que me indica los 15 kilómetros. El paisaje ha cambiado, del lado izquierdo sigue el campo y algunos ranchos con gentes, del lado derecho en cambio hay una barrancas imponentes, altas, marrones de tierra colorada, con orificios en sus paredes, tal vez 10 o 15 metros de altura, sobre la costa hay unos pocos árboles. Una pregunta me invade, “por qué hago esto?”, las respuestas van apareciendo mientras un dolor intenso en el tendón de aquiles empieza a estorbar. Supongo que es un desafío personal, algo que siempre quise hacer, algo a lo que nunca me animé, una hazaña de la cual pueda vanagloriarme cuando sea viejo, o algo que pueda mostrarle, o contarles a mis hijos, no lo pienso como un hecho aislado, esto es un inicio, no una excepción. Pienso en Piero y Sabino, pienso en los audios previos a largar la carrera, me emocionó, pienso en Pao que me apoya y me acompaña y comprende lo que es nadar para mi y me estimula a hacerlo. Gracias!!. Sería lindo que me vieran salir del agua, agotado pero feliz. De golpe aparece la barcaza, ya van 15 km, una lancha a motor pasa preguntando cómo estoy, al ir sin compañía somos su grupo de riesgo, le respondo que estoy entero y que la carrera esta hermosa, le paso el gel y le pido a la chica que me lo disuelva en agua. No puedo tomarme toda la botella, es mucho liquido y el sabor medio asqueroso, entonces ella se ofrece a guardar la botella y pasármela si nos volvemos a ver en el recorrido. No sucederá.

Ahora, luego de la barcaza, queda encontrar el buque de la Armada que está amarrado sobre el río. A los 15 km decido cambiar el ritmo de nado, estoy muy bien y mentalmente me siento fuerte, quedan 5 km. Comienzo a nadar un poco más agarrado y tratando de que la mano arrastre más agua sin dejar de nadar largo. El dolor en los tríceps ya no se puede esconder detrás de la exigencia mental, está ahí, muy presente. En cambio los hombros y el tendón dejaron de molestar. Sin embargo duelen la cintura y la parte alta del dorsal. Además siento que avanzo cada vez más lento, levanto la cabeza y como a 500 metros veo el buque. Es gris, largo, mide como 60 metros y tiene unos mástiles altísimos. Sobre la margen derecha ahora se ven familias alentando y haciendo asado. Saludan, gritan, chupan. Quedan entre 2 y 3 km, decido meter otro cambio de ritmo, van 2, 47 Hs de carrera, ahora sí el esfuerzo de nado se siente en cada brazada, aun así vuelvo a sentir que avanzo poco y que el pelotón de adelante comienza a quedar lejos, mentalmente estoy debilitado porque perdí referencias, no veo las boyas que indican el ingreso a la dársena del club náutico donde culmina la carrera, no tengo boteros cerca para preguntar, queda nada de carrera pero estoy en el peor momento y solo, estoy tan exigido que de golpe, y tarde, descubro por qué mierda no avanzo al mismo ritmo que antes. 

Ha comenzado a soplar viento del Este y se ha movido el agua, hay unas olas pequeñas, como de medio metro que vienen derecho contra los nadadores, el viento, el río y los relámpagos son quienes deciden si nadamos o no, y cómo lo hacemos. Ahora toca pelearla, se terminó la técnica, hay que romper la ola, meter la brazada, raspar el agua, y seguir, allá lejos veo las boyas, me duele todo, sé que llego, sé que me gané mi propio abrazo, el sol se fue, ahora manda el viento, estoy cumpliendo lo que me prometí en voz baja. Sé que mis compañeros, esos que me dieron consejos, esos que hicieron asumir esto con naturalidad, esos que conformaron espacios para charlar y oírme, están en este mismo río, estamos nadando juntos aunque no nos veamos, mis otros compañeros, los que no están acá,  están haciendo fuerza para que todos lleguemos. Doblo la curva, ya estoy en la dársena, el agua es agua muerta, no hay corriente, es espesa como aceite, hay que raspar más y más, ya no quedan kilómetros por delante, ahora son solo metros, algunos metros pero casi nada de fuerzas, pienso en Facu, raspo el agua, saco la cabeza, miro adelante, busco la manga de llegada, está a 400 metros, está lejísimos, raspo el agua, ahora respiro cada una brazada, saco la cabeza, la gente alienta y aplaude, hablo con mi cuerpo y le digo gracias, pienso en mis brazos, los hombros, pienso en Tati, un nadador que viene atrás me toca los pies, no me vas a ganar –pienso-, meto un último sprint, no me pasa, pienso en mi sana inconsciencia, en toda esta locura, pienso en mi cabeza y le agradezco en no sobre exigir a mis articulaciones, en cómo administré todo, incluso el placer de nadar acá, levanto la cabeza, veo la manga de llegada, raspo el agua, respiro, pateo, saco la cabeza. Llegué.
Dos personas ofrecen sus brazos para ayudarme a salir por la rampa de llegada. Creo que es innecesario, sin embargo la ayuda no es opcional, ellos te sujetan por los brazo porque cuando volvés a apoyar los pies en tierra después de tres horas de nado, entonces recién ahí uno recuerda que es bípedo, al apoyar las piernas sobre tierra firme las piernas son un flan, casi que me caigo, por suerte me sujetan, preguntan a cada uno de los más de 100 nadadores, “estas bien?” y la respuesta es estoy agotado, dolorido, estoy increíblemente bien. Y sobre todo feliz, parte de mi cuerpo quedó en el río, pero mi alma esta llena. 

Gracias por todo…     

1 comentario:

Cueto Rua Eduardo dijo...

MUY BUENO, CASI QUE ESTABA NADANDO CONTIGO