18 dic 2017

La pileta mas grande de la Argentina

Por Nacho Fittipaldi


Suena la alarma. Eso quiere decir dos cosas: Pao se quedó dormida; son las 05.05 de la madrugada. Mi alarma era el reaseguro de no quedarme dormido justo hoy. Afuera llueve y es día domingo. El clima de la noche previa y éste, son idénticos a la noche previa de los 20 km en San Pedro. ¿Un presagio? Ya pasaron quince días de aquello y mi cuerpo recién esta semana comienza a acomodarse. En estos días, nadar fue como acomodar una serie de ideas y movimientos mecánicos que luego de aquello fueron puestos en duda. Es domingo, día familiar. Para cualquier persona normal esto es una locura, para nosotros es ponerle fin a un año extraordinario y brilloso como una pieza de plata recién lustrada. Afuera el clima es inclemente, llueve y hay 18º. Un té, dos tostadas, media banana y estoy en el auto rumbo a Poseidón. Según se ha acordado 6,15 Hs es el horario de reunión para salir hacia el CeNARD. Busco la música que cada día escucho antes de entrenar, trato de encontrar referencias conocidas que me lleven tranquilidad, templanza y disponerme a disfrutar. Para mi sorpresa, aunque comienza a ser constancia, no estoy nervioso. Lo de hoy es para disfrutar y no pienso enrroscarme en la lógica del cronometro que es cruel e injusta. O por muy justa: Cruel.  Tal vez ese sea el principal secreto de este año que termina para mí como ningún otro.

Es la octava y última fecha del torneo metropolitano y Poseidón va primero, secundado por Universitario de La Plata que en la séptima fecha se acercó demasiado. Pero esta crónica no es un relato sobre un triunfo especifico, ni colectivo. Este texto busca poner en palabras una experiencia personal, la de 2017, pero que a su vez es la historia de mis últimos años de vida en donde Poseidón, esa pileta de barrio, estuvo siempre presente, tanto por el placer que me da ir a nadar, como la angustia que me generó los meses o años en los que nadar con frecuencia se hizo imposible. Esa angustia, esos kilos de más, ese exceso de toxinas en el cuerpo y el cerebro es lo que hoy, en un sentido exactamente inverso, tengo para celebrar.
Empecé a nadar en  Poseidón en el año 2008 o 2009, iba a pileta libre, sumaba 2000, 2500 metros por día, hasta que un amigo en común con Agustín me dijo que había un equipo. Hablé con él y ahí al toque empecé a nadar con Facu, Bombino, Sagula y Laurita; a veces venia Chicho, Ale Cao y Rancho. Al poco tiempo me separé e ir a la pileta se convirtió en un lugar en donde ir a nadar y llorar. Escondía mis lágrimas y las camuflaba en agua. Desde entonces seguí nadando pero perdí la costumbre de entrenar en equipo y comencé a nadar solo. Nunca mas volví a entrenar a ese nivel, como aquel año. Nunca hasta 2017. Muchos de ustedes me conocieron así, como “el que nada solo”. Una práctica difícil que hoy me parece absurda e incomprensible. Cuando me cruzaban en el vestuario, algunos de ustedes me preguntaban por qué nadaba solo, o por qué no competía, dado que yo hacia el mismo entrenamiento que ustedes pero en estricta soledad. Entonces mis respuestas eran elípticas, me mostraba seguro en ellas pero internamente había muchas cosas en juego que no estaba dispuesto a arriesgar. Aspectos que este año logré sortear con madurez, voluntad y poniendo a un lado los prejuicios personales. Ese crecimiento no entiende de cronómetros.

En 2013 llegó mi primer hijo, Piero. En 2015 el segundo, Sabino. Mi vida se re-significó, mi vida en pareja tomó un nuevo sentido. El 6 de marzo de este año me sumé al turno de las 8 Hs (aunque yo llegue 8,10 y los miércoles 8, 20) y eso, aunque parezca algo menor, o tonto, cambió mi vida y mi relación con la pileta. Por segunda vez estaba nadando a un muy buen ritmo y en equipo pero a diferencia de aquella primera, ésta vez no solo me incorporé a un equipo de natación sino que me sumé a un grupo ya armado, con sus lógicas, sus códigos, sus roles asignados para cada quien. Ese fue otro gran desafío para mí, amoldarme a eso. Ese grupo de gente  en donde el  compañerismo, el sentido de grupo, y el cariño por el club está en primer plano me hizo un entrañable espacio. Para mi ir a nadar dejó de ser solamente ir a nadar, en mayo me sumé al grupo del gimnasio, entonces cada día se convirtió en un motivo para reírnos, chicanearnos, con algunos también ha sido una posibilidad e ir más allá de lo específicamente deportivo y hemos podido hablar de literatura y política que son mis otras dos pasiones. El gimnasio me dio fuerza, explosión, resistencia, todo se plasma en el agua y en mi cuerpo. Nadar asumió el placer de sentir esas nuevas sensaciones en el agua que el trabajo en el gimnasio me permitió. Llegaron las cenas, los mates post-entrenamiento, las competencias, los viajes, mas mates. Eso amplío mi marco de relaciones. Estoy grande, no quiero hacer nuevos amigos a esta edad, estoy cada vez más intolerante y sectario, pero acá la cosa se pone linda porque eso se va dando solo, naturalmente, y no es muy común empezar a querer gente de un día para el otro, sentir aprecio, respeto y en algunos casos admiración por lo que cada uno de nosotros hace para poder estar ahí a las 8 hs de la mañana, o a las 20 hs de la noche. Todos acomodamos nuestras vidas para poder estar ahí a una hora determinada para poder hacer eso que amamos. Pero si las amistades vienen, no voy a hacer nada por obturarlas. En eso estoy…

Entonces acá estamos, somos 60 hombres y mujeres que tienen que cerrar un torneo largo de ocho fechas que se inicio en marzo o abril. En el medio, en octubre específicamente, Poseidón quedó 3ro a nivel nacional en el torneo argentino de natación máster. Siendo superado solo por dos clubes que en verdad funcionan como franquicia, son muchos nadadores que nadan para un club que no existe como tal, más allá de los torneos, es decir, no comparten pileta, horas de entrenamiento, no hay cenas, no hay mates post-entrenamiento, ni nada. Entrenan por separados, se juntan para los torneos y obtienen buenos resultados. Lo nuestro es otra cosa. Yo me quedo con esto, esto es una pileta de barrio con un nivel y cantidad extraordinaria de nadadores. En ese sentido Poseidón es la pileta más grande de la república argentina. Pero esa grandeza no le viene solamente de la calidad de nadadores, que los tiene y en cantidad, sino que eso está atravesado por el vínculo entre esos nadadores de élite y los que somos del montón. Es la voluntad de los no dotados, el talento de los tocados y la mística de un club que encontró en el fallecimiento de Juan Pablo un motivo para darle un sentido real a la vida y al disfrute de nadar. Es la mixtura entre la persistencia de Pepe y la potencia de Facu. La técnica y plasticidad de Claudio o Franco mezclada con el estilo mesozoico y efectivo de Ipiña. La elegancia de Roberto con la vigorosidad de Beto. La dedicación de Emi para explicarnos cosas obvias que los voluntariosos desconocemos. Y eso convive ahí, fluye adentro y fuera de la pileta. Las jodas y risas son también un rasgo distintivo. Incluso en momentos como estos. Hoy, cerca de mi primera prueba uno de los chicos me preguntó “No estás nervioso, boludo??” y la respuesta fue No. No podía estar nervioso porque pese a estar en el CeNARD y en esas instancias, lo que yo estaba viendo era un grupo de gente que la estaba pasando bien, que iba a nadar y como consecuencia de eso obtener un resultado, y no al revés. No puedo estar nervioso porque estoy disfrutando, no puedo si veo que en esa pileta gigante y amedrentadora está Margarita, tiritando allá arriba del cajón, lista para partir y nadar los 400 libres a una edad indescifrable, ¿65 tal vez? Tal vez más. Cuando termina su carrera la voy a buscar y la ayudo a salir del agua pero básicamente voy porque me emociona su esfuerzo. Le doy un beso, la felicito, la hidrato.

Los minutos pasan, estamos al costado de la pileta, es el turno de las mujeres, las gorras de Poseidón se ven en todos los andariveles, son como un gas diseminado en una habitación cerrada, están por todos lados, los resultados comienzan a aparecer. Llega nuestro turno, estamos en la zona de pre-competencia, una vieja de la organización nos caga a pedos porque llegamos tarde o porque no hacemos lo que ella quiere, como ella quiere. “¿Harían esto es un torneo internacional?” grita desbocada. Las risas cómplices siguen tras su provocación. No hay nada más fácil que burlarse de un viejo. Al lado mío otro compañero de Poseidón me dice que esta re-nervioso y que cagó tres veces en lo que va del día, son tan solo las 10 de la mañana. Casi no nos conocemos pero me cuenta eso, me parece fantástico. En verdad, el miedo, la ansiedad y el cagazo son cosas que uno suele esconder, pero él lo blanquea de una manera extraordinaria, sincera. Entonces apoyo mi mano en su hombro e intento animarlo, le digo lo que me dicen a mí y he logrado, "Disfruta!!!". Nadamos los 400 libres en andariveles contiguos casi toda la carrera juntos, nada fuerte, sale fuerte, me saca apenas unos segundos de ventaja, salgo del agua contento, hice una buena carrera, tomo todo esto como un enorme aprendizaje, observo, aprendo, me equivoco, corrijo sí puedo. Estoy agotado y no tengo tiempo de recuperarme para los 50 mariposa, mi segunda prueba de hoy. Hace 15 días estuve 3 horas y 12 minutos nadando, estos casi seis minutos son tan agotadores como aquellos 20 km. Tomo Gatorade, como una naranja, intento ablandar algo, el cuerpo es una piedra indiscriminada. Tengo ganas de terminar este año.  Tengo ganas de terminar este año pero no nadando mariposa. Es solo un esfuerzo mas y ya está terminado el año. Este año singular repleto para mí de desafíos identificados, asumidos y resueltos con soltura. Tengo ganas de que salgamos campeones, no tanto por mí, hace cuatro años que veo desde afuera cómo sale campeón Poseidón, escuchando relatos, oyendo anécdotas, felicitándolos por sus logros y ahora que soy parte de eso, casi, casi que quiero salir campeón pero por ustedes, porque se lo merecen. Me alegraría por el grupo, por la cantidad que vinimos hoy, mientras todos están en sus casas comiendo asado y tomando vino nosotros estamos comiendo cereales, naranja y banana. Me alegraría por Facu y Claudio, por los viejos y los pibibitos. El resultado es el esperado, las planillas de clasificación muestran una supremacía de Poseidón notable, cuando nos acercamos al podio al fin se me eriza la piel, cantamos, exploto, puedo gritar, puedo recordar todas las mañas gélidas del año en que nos cagamos de frío, a veces me tiré a nadar deseando no estar ahí. Todas las salidas de la cama calentita para ir a un lugar frío como la pileta. Todos los entrenamientos súper exigentes que me rompieron el hombro. Las mil vueltas dadas en esa pileta, las partidas fallidas, los toques, los cortados, las sesiones de patada y técnica, los tests de flotación vertical forzada. El cansancio en la oficina y un sueño medio escondido en un cuerpo agotado. Largo mi bronca como un canto, ¿por qué no me permití esto antes?, no sé, agradezco que lo descubrí, me abrazo a los chicos, abrazo a Emi "El Gurú", a la bestia Toro que hizo los 20 km nadando pecho, a mis compañeros, agradezco que en una época de desencuentros nosotros nos hayamos encontrado. Nos tiramos a la pileta a festejar y como un contrasentido muy argentino nos dicen que debemos salir del agua porque el guardavidas de la pileta se tiene que ir dado que su jornada de trabajo expiró.

Nos vamos, ya somos campeones, la faena está hecha. Ahora a festejar…eso también lleva su tiempo.

4 dic 2017

Solo nadar

Por Nacho Fittipaldi


Mayo de 2017, apoyado contra un poste, debajo de una galería que lo protege de la lluvia y de un frío ruso, Franco toma vino. Sé que su experiencia y su voz pueden dar forma a mí aspiración. Solo lo conozco de vista y en apariencia es un tipo corto. Sé su nombre, él desconoce el mío. Me acerco solicitando vino, es una excusa, mientras la carne espera en la parrilla. Dos o tres comentarios triviales y entonces pregunto “¿Vos nadaste los 20 Km en Vuelta de Obligado, no?” Cuando uno hace estas preguntas sabiendo la respuesta suele haber dos opciones: una es que quien responde lo haga de manera grandilocuente, exagerada, una adulación de sí mismo; otro camino es responder como Franco lo hizo, fue un sí corto, sin adjetivos, sin información, dirigió la mirada hacia el fondo del vaso en donde el vino se movía circularmente. Recién después de unos segundos agregó, “¿La queres hacer?” Mi respuesta fue algo parecido a un permiso para dejar que él se explayara. Dije que me gustaría, sin referir que mi experiencia era prácticamente nula en aguas abiertas y menos aún en una carrera de esa salvajada de cantidad de kilómetros. “Hacela eh –dijo- es hermosa” Lo que vino después fue casi una botella entera de ese mismo vino, algunos sándwiches de cuadril y un choripán. Miguel era parte de la conversación. El frío no menguaba. La decisión estaba tomada.

De frente el Paraná-Guazú es una inmensidad heterogénea e intimidante. No da miedo pero es imponente y esplendido. Al fondo, del otro lado de la orilla, si es que aquello es una orilla, puede ser una isla que solo obstruye el flujo de agua, se ven apenas unos árboles, indistinguibles. Acá apenas unas totoras y barro. Caminamos hasta el río entre palabras de aliento. Soy el que menos experiencia tiene. Soy el que no tiene ninguna experiencia. “Vamos eh, nadá tranquilo!! a disfrutar” Esa es la frase que más he oído en este fin de semana. El agua del Paraná está cálida, moja nuestros dedos, mansa, el abrazo con Franco, Seba, Sol y Martín es el último contacto con el grupo antes de largar las más de tres horas de carrera que nos esperan por delante. El barro del río se mete entre los dedos de los pies. El sol apenas si se deja ver, son las 10 de la mañana del domingo 3 de diciembre. Suena la campana que indica la partida, largamos.

Para quienes nadan, o han nadado en pileta alguna vez, o para quienes ni siquiera han hecho esto, deben saber que nadar en estos ríos implica una falta total de visibilidad, pese a que el agua está limpia, la visión humana acá es solo una posibilidad remota y las referencias en la costa solo presunciones. Desde adentro del Paraná-Guazú hacia sus márgenes, nada se ve. Mientras nado rumbo al canal de navegación voy pensando en cómo debo mover los brazos para ahorrar el máximo de energía posible, vamos sin botero, sin guía, es decir sin nadie que nos asista con agua, sin nadie que vea por encima del oleaje, ni que nos  dé media banana, o unos gajos de naranja para reponer lo que el cuerpo irá perdiendo kilómetro a kilómetro. Llega la primera boya de referencia, son esas conocidas de metal que durante la noche emiten destellos para marcar los márgenes de navegación de los buques, sigo nadando, pienso en nadar largo, llevando los brazos bien adelante, el brazo y el antebrazo forman un triángulo abierto en la base, la mano saliendo atrás, pegada al muslo, así, una y otra vez, durante tres horas, esa es la clave, no apresurarse, disfrutar, mirar el paisaje, hidratarse con los geles que cada uno lleva dentro de las mallas, son tres para tomar uno cada 45 minutos. De repente una moto de agua de Prefectura  me hace señas para que vire a la derecha, hacia la costa, tengo que meterme en la boca del Río San Pedro, desde allí hasta la llegada quedan 14 km. De ahora en adelante nadaremos en un río con menos correntada de lo esperado, al menos por mí. Este río es de tamaño medio, por momentos tiene 70 metros de ancho, en otros 40. En los primeros kilómetros solo se ve campo y planicie, algunos pocos ranchos de chapa sobre pilotes funcionan como puesteros que deben mover el ganado de una isla a otra buscando las pasturas. No hay gente, solo campo y agua. Al mirar el cronómetro veo que van 55 minutos de carrera, hora de tomar el primer gel. Busco alguna embarcación que pueda asistirme con agua, como a 200 metros  una lancha a motor sobre la margen derecha del río aparece como opción, me acerco, pido agua, preguntan cómo me siento, les digo que estoy genial y que nadar en el tramo del Paraná-Guazú que quedo atrás me pareció un placer inesperado. Allí se produce el siguiente diálogo en las siguientes condiciones. 


Estoy agarrado a una soga de la lancha para que la corriente no me lleve río abajo antes de hidratarme, con la otra mano saco de mi pubis el sobrecito de gel, con cuidado de que los otros dos no salgan a flote y los extravíe, se lo paso al muchacho de la lancha, yo estoy prácticamente debajo de la lancha porque el agua corre fuerte hacia abajo, mi brazo extendido apenas llega a reunirse con la mano del pibe que me pasa un vaso con Gatorade y el gel ya diluido:


-Por qué estas sin botero? –pregunta él-
-        -No sé. Te aclaro que atrás mío vienen dos más. Uno nadando pecho
-         - Nooooooo, el mismo del año pasado?
-          -Ese mismo
-          -Y por qué nada pecho?
-          -Y vos por qué pensas que nada pecho? –pregunto colgando de una soga como si fuera un numero de De la Guarda-
-          -Porque está loco!!
-       -Eso mismo. Chau, muchas gracias –digo yo y solo con soltarme de la soga el río me arrastra 40 metros sin que haga falta nadar.

Ahora es tiempo de buscar el puesto de agua formal que está a los 8 km de la largada, mientras nado pienso y me digo, ´nadá largo, nadá largo, solo eso´. Por momentos disfruto tanto que olvido los 12 km que faltan, estoy entero, apenas duelen los hombros y un poco los tríceps, sé que si nado largo llego, sé que estoy entrenado para llegar, sé que quiero llegar, solo queda hacer esto mismo durante dos horas más. No es poco, es toda mi chance. Mentalmente pienso cómo llegue a estar en este río haciendo esta locura. Hago una revisión, recuerdo la crónica de Damian Blaum cuando nadó 8 Hs 17 minutos en la Hernadarias-Paraná luego de recorrer 88 km, ese fue el inicio de mi curiosidad. Repaso el pasado inmediato. Llegamos a San Pedro, cambiamos la goma que pinchamos, tomamos mate en el hotel, fuimos a la charla técnica, nos encontramos con Sol y su encantadora familia, tomamos mate, se largó a llover el sábado y no paró hasta ahora, las 08 AM del domingo. Fuimos a cenar. Qué atracón nos pegamos. Al llegar al hotel Germán, el dueño, nos recibe con una patada en el pecho, dice que las competencias de aguas abiertas cercanas a San Pedro se suspendieron por la sudestada y las malas condiciones climáticas. Las carreras de aguas abiertas se suspenden por tormentas eléctricas o por olas de tres metros, no por lluvias, en general. Sin embargo al chequear en internet vemos que es cierto. Este tipo que para mí es un resentido social que no puede ver feliz a la gente, ha arruinado en un segundo todas las bellas sensaciones de la charla hermosa que tuvimos durante la cena; nuestras vidas, nuestra relación con Poseidón, los esfuerzos familiares con nuestras parejas para que podamos hacer esto que tan felices nos hace. Qué se le juega a cada uno en este tipo de desafíos. Nadar no es hacer un deporte. Nadar es un deporte que implica un estado físico, anímico y eso determina un estado mental. Solo así se puede llevar adelante una carrera con estas características. La noche se deja mojar como en pocas ocasiones, de punta a punta. A las 06, 40 AM suena el despertador. Un pájaro canta la lluvia. Desayunamos, vamos al club en busca del condenado “Suspendido” de la Prefectura. Nada de eso, esto se corre muchachos, a cambiarse, a comer, a tomar agua, deja de llover, sale el sol. Estamos en el agua.

Nadá largo, solo eso, pensá en eso. Me repito una y otra vez como una secuencia mecánica. El puesto de los 8 km no aparece, pregunto a un botero si ya me pasé, de los 6 km hasta donde estoy he nadado más de dos kilómetros, estoy seguro, y el puesto de hidratación nunca apareció. El botero me dice que ni idea. Genial la puta que te parió. Decido desenroscar eso de mi cabeza, esté adelante o haya quedado atrás, ese puesto ya no forma parte de mis opciones, pido agua a un bote cualquiera y decido seguir. Ahora queda encontrar la barcaza que me indica los 15 kilómetros. El paisaje ha cambiado, del lado izquierdo sigue el campo y algunos ranchos con gentes, del lado derecho en cambio hay una barrancas imponentes, altas, marrones de tierra colorada, con orificios en sus paredes, tal vez 10 o 15 metros de altura, sobre la costa hay unos pocos árboles. Una pregunta me invade, “por qué hago esto?”, las respuestas van apareciendo mientras un dolor intenso en el tendón de aquiles empieza a estorbar. Supongo que es un desafío personal, algo que siempre quise hacer, algo a lo que nunca me animé, una hazaña de la cual pueda vanagloriarme cuando sea viejo, o algo que pueda mostrarle, o contarles a mis hijos, no lo pienso como un hecho aislado, esto es un inicio, no una excepción. Pienso en Piero y Sabino, pienso en los audios previos a largar la carrera, me emocionó, pienso en Pao que me apoya y me acompaña y comprende lo que es nadar para mi y me estimula a hacerlo. Gracias!!. Sería lindo que me vieran salir del agua, agotado pero feliz. De golpe aparece la barcaza, ya van 15 km, una lancha a motor pasa preguntando cómo estoy, al ir sin compañía somos su grupo de riesgo, le respondo que estoy entero y que la carrera esta hermosa, le paso el gel y le pido a la chica que me lo disuelva en agua. No puedo tomarme toda la botella, es mucho liquido y el sabor medio asqueroso, entonces ella se ofrece a guardar la botella y pasármela si nos volvemos a ver en el recorrido. No sucederá.

Ahora, luego de la barcaza, queda encontrar el buque de la Armada que está amarrado sobre el río. A los 15 km decido cambiar el ritmo de nado, estoy muy bien y mentalmente me siento fuerte, quedan 5 km. Comienzo a nadar un poco más agarrado y tratando de que la mano arrastre más agua sin dejar de nadar largo. El dolor en los tríceps ya no se puede esconder detrás de la exigencia mental, está ahí, muy presente. En cambio los hombros y el tendón dejaron de molestar. Sin embargo duelen la cintura y la parte alta del dorsal. Además siento que avanzo cada vez más lento, levanto la cabeza y como a 500 metros veo el buque. Es gris, largo, mide como 60 metros y tiene unos mástiles altísimos. Sobre la margen derecha ahora se ven familias alentando y haciendo asado. Saludan, gritan, chupan. Quedan entre 2 y 3 km, decido meter otro cambio de ritmo, van 2, 47 Hs de carrera, ahora sí el esfuerzo de nado se siente en cada brazada, aun así vuelvo a sentir que avanzo poco y que el pelotón de adelante comienza a quedar lejos, mentalmente estoy debilitado porque perdí referencias, no veo las boyas que indican el ingreso a la dársena del club náutico donde culmina la carrera, no tengo boteros cerca para preguntar, queda nada de carrera pero estoy en el peor momento y solo, estoy tan exigido que de golpe, y tarde, descubro por qué mierda no avanzo al mismo ritmo que antes. 

Ha comenzado a soplar viento del Este y se ha movido el agua, hay unas olas pequeñas, como de medio metro que vienen derecho contra los nadadores, el viento, el río y los relámpagos son quienes deciden si nadamos o no, y cómo lo hacemos. Ahora toca pelearla, se terminó la técnica, hay que romper la ola, meter la brazada, raspar el agua, y seguir, allá lejos veo las boyas, me duele todo, sé que llego, sé que me gané mi propio abrazo, el sol se fue, ahora manda el viento, estoy cumpliendo lo que me prometí en voz baja. Sé que mis compañeros, esos que me dieron consejos, esos que hicieron asumir esto con naturalidad, esos que conformaron espacios para charlar y oírme, están en este mismo río, estamos nadando juntos aunque no nos veamos, mis otros compañeros, los que no están acá,  están haciendo fuerza para que todos lleguemos. Doblo la curva, ya estoy en la dársena, el agua es agua muerta, no hay corriente, es espesa como aceite, hay que raspar más y más, ya no quedan kilómetros por delante, ahora son solo metros, algunos metros pero casi nada de fuerzas, pienso en Facu, raspo el agua, saco la cabeza, miro adelante, busco la manga de llegada, está a 400 metros, está lejísimos, raspo el agua, ahora respiro cada una brazada, saco la cabeza, la gente alienta y aplaude, hablo con mi cuerpo y le digo gracias, pienso en mis brazos, los hombros, pienso en Tati, un nadador que viene atrás me toca los pies, no me vas a ganar –pienso-, meto un último sprint, no me pasa, pienso en mi sana inconsciencia, en toda esta locura, pienso en mi cabeza y le agradezco en no sobre exigir a mis articulaciones, en cómo administré todo, incluso el placer de nadar acá, levanto la cabeza, veo la manga de llegada, raspo el agua, respiro, pateo, saco la cabeza. Llegué.
Dos personas ofrecen sus brazos para ayudarme a salir por la rampa de llegada. Creo que es innecesario, sin embargo la ayuda no es opcional, ellos te sujetan por los brazo porque cuando volvés a apoyar los pies en tierra después de tres horas de nado, entonces recién ahí uno recuerda que es bípedo, al apoyar las piernas sobre tierra firme las piernas son un flan, casi que me caigo, por suerte me sujetan, preguntan a cada uno de los más de 100 nadadores, “estas bien?” y la respuesta es estoy agotado, dolorido, estoy increíblemente bien. Y sobre todo feliz, parte de mi cuerpo quedó en el río, pero mi alma esta llena. 

Gracias por todo…