3 sept 2015

El pasado en los ojos

Por Nacho Fittipaldi

Días pasados estaba en Arana y Belgrano haciendo compras y de repente apareció en mi campo visual una persona que me hizo dudar de todo. Estaba acompañado de otras dos personas que lo ladeaban, me sentí en otra época. Viajé a mi infancia y recordé el mal que había hecho. Sin culpa en el presente afiné la vista, la difusa luz me obligó a reconsiderar la situación, era nochecita y desde dentro del auto mi campo visual se hacia angosto y profundo, dudé. <<No puede ser –pensé- tiene que estar muerto>> Era una de esas personas que formaron parte de ese círculo lejano pero cotidiano, ese contorno de sujetos y lugares que son la niñez y adolescencia. Caminaba con dificultad y vi que a su lado su mujer (que también debería estar muerta) y su hijo lo ayudaban a desplazarse; a falta de un lazarillo buenos son los hijos. Era El cieguito, ¿lo recuerdan? El cieguito era un tipo que no veía, o veía poco y nada. Tenía un kiosco al lado de la Esso que está en Arana y Belgrano, hacia el lado de La Plata, sobre el camino Belgrano. Era un negocio raro, sin mucha mercadería, con un olor a encierro característico, tanto más pequeño y menos exitoso que el kiosco de Pertuso que aún persiste pero cuyo inicial dueño, el viejo Pertuso, todos hacemos fenecido. El kiosco del cieguito tenía una singularidad…era atendido por él. Ciego y todo se sentaba en una silla al final de un pasillo y esperaba el sonido del timbre que lo alertaba sobre la presencia de un cliente. El cieguito atendía por una pequeña ventana cuadrada de unos 50x50 que permanecía cerrada por dentro hasta que él la abría. Luego se le solicitaba lo que uno necesitaba y él iba a buscarlo. Detalle: dejaba la ventana abierta. Cada tanto a mi me alzaba un amigo, le decíamos que queríamos algo que estaba muy lejos de la ventana, y cuando estaba bien lejos yo metía la mano por la ventana y robaba alguna golosina. Al oír el  ruido El cieguito volvía rápido hacia nosotros con un grito corto y seco,  <<Salga de ahí!!>>. No nos insultaba. A veces lo ayudaba su mujer, y cuando ella estaba había que abortar la operación hurto. Tomaban té y mate y comían galletitas. Me pregunto cómo hacía él para distinguir todos los pocos productos que había en el kiosco. Con el dinero es mas fácil porque vienen con un sistema que les permite a los cieguitos saber qué billete tienen entre manos, pero la mercadería no. ¿Distinguiría plástico por plástico, sonido por sonido, tamaño por tamaño cada producto? Incluso ordenando sistemáticamente la mercadería en un mismo lugar, tiene que haber sido una proeza distinguir todo aquello. Por algo se re-nombró como personas con capacidades diferentes a lo que antes se llamaba discapacitados. Y como dijo Piero el otro día <<Mamá, te imaginas si vos no estas, papá y yo no encontramos nada?”

El cieguito, su mujer y su hijo, tenían una peculiaridad: Parecían de otra época. De otro siglo. Usaban ropa tejida por la señora que, si no recuerdo mal era portuguesa, a medida que escribo la memoria va aflorando como el  barro después de la inundación. Además usaban ropa muy abrigada independientemente del calor que hiciera, eran blancos, blanquísimos como si el sol los dañara. De golpe avanzan y pasan por un lugar con mas luz y entonces corroboro que son ellos, El cieguito, su mujer y su singular hijo. Porque, El cieguito y su mujer son personas hoy viejísimas, pero 25 años atrás también eran grandes para mí, o sea que era normal que yo las viera como <<antiguas>>. ¿Pero el hijo? El hijo, no. El hijo parecía contemporáneo a ellos y eso no podía ser, tiene mi edad, si era el hijo ellos deberían llevarle 18 o 20 años. El hijo atrasaba el calendario al estar con ellos, usaba su misma ropa, comía la misma comida, dialogaban de las mismas cosas de adultos, movía su intestino igual que sus padres y era ensombrecido por aquella cosa gris que la ceguera propaga. Hoy el cieguito tiene algunas canas más que las que tengo yo, que son muchísimas más que las que él tenía a mi edad, su hijo sigue igual de antiguo pero sin canas, debe tener mi edad, visten igual que siempre y viven sin sol, andan muy campantes desafiando la atención de los vecinos que no dan cuenta de lo que sus ojos ven.