19 may 2014

Negro uva

Por Nacho Fittipaldi.

La mañana es soleada y fría. Después de no sé cuánto tiempo vuelvo a caminar por calle 12. Esa mudanza a Villa Elisa ha implicado el alejamiento casi total de la ciudad de La Plata, eso implica la pérdida provisoria de una fuente de insumos básicos para escribir pero también una perspectiva sobre esa calle, sus esquinas y el Parque Saavedra. Calle 12 es ahora un destino remoto, un sitio que al recorrerlo me recuerda las primeras salidas con Piero en el carrito, sus primeros soles; así también llegan los recuerdos, también fue mi barrio adoptivo cuando me fui a vivir a la casa que, alguna vez fue de Pao, y que luego fue nuestra. Más atrás en el tiempo fue un sitio desdeñado cuando calle 8 era la moda y yo solo iba a calle 12 cuando la casa de los Cueto Rúa era la parada obligada para ir a la cancha y dejar mensajes diminutos en la mesa del comedor, una práctica habitual.
Curiosamente es un turno con un gastroenterólogo (uno que no es Cueto Rúa) el que me lleva hasta el Sanatorio Argentino ubicado en 56 entre 12 y 13, creo que algún primo estuvo internado allí luego de estrellarse en auto, un Senda -creo- contra una palmera en alguna plaza platense. Camino de frente al sol, bajando hacia Plaza Moreno, de 60 hacia 56. El viento cruza la cara y vuela la gorra de un policía. El uniformado hace un gesto con el brazo que de lo tardío no llega ni a controlar la gorra ni a permitirnos imaginar que ese gesto lento y silencioso tenía ese objetivo. En una silla de ruedas, un discapacitado, con capacidades diferentes, balbucea algunas ¿palabras? con el hombre de uniforme que ha postergado lo de la gorra, viendo que ella ha ido a parar junto a un carrito de garrapiñadas. El balbuceo es incomprensible y ante ello, el cana toma la iniciativa y le pregunta:
-       ¿Cómo estás? -se auto responde- Andas bien, bueno, bueno -y le palmea el hombro como diciéndole, <<raja de acá que me pones muy incómodo>>.
-       Ahua uhua ahhanaheu hnajidetifuleto -el muchacho insiste-.
-       ¿Andas bien?
Yo sigo la marcha preguntándome cuán bien puede estar ese muchacho postrado en esa silla, sin poder hacerse entender, no ya por ese cana que es notoria su falta de condiciones para ser policía en cualquier lugar del mundo, menos en la provincia de BsAs, sino ante el mas esforzado de los humanos que quisiera comprenderlo. ¿Acaso su mamá lo comprenda?
Sigo por la vereda mirando los precios absurdos de marcas desconocidas, oliendo el olor de las panaderías, maravillándome de la cantidad de publicaciones que se venden en los puestos de diarios, intuyendo cómo los inspectores de tránsito me hacen una multa cien metros atrás mío, miro la cantidad de africanos que hay en la vereda vendiendo relojes truchos de colores estridentes. En esa mixtura de colores y el caos visual dominante, veo un negro que si yo tengo frío, él está por morir de congelamiento prematuro. No vende nada, la gente ni para a ver su oferta, del frío él ni se insinúa. Un hombre de unos 75 u 80 años se frena en seco al verlo y como si lo conociera –cosa compleja porque son todos iguales, como los chinos- le dice:
-         ¡Qué haces negro! ¿Volviste? –evidentemente el viejo lo conoce porque lo trata como quien se cruza con un amigo de esos con los que uno se come un asado- ¿Cómo te fue?
-         Sí, volviste –dice el negro con cara de no entender la pregunta-. Sí, volviste –repite ahora dando muestras claras de que no entendió un carajo, sin embargo aparece una media sonrisa desgajando de esa boca de donde brotan dos labios prominentes, hinchados, color uva hecha vino tinto-.
-         ¿Te fuiste allá?
-         Volviste –lanza el negro con las manos aun estrechadas al viejo, quien, además le sujeta el brazo-, volviste, sí, volviste.
-         ¿Fuiste a tu país, allá? –el morocho parece no comprender y el viejo se inicia en ese proceso en el que caemos todos frente a la imposibilidad idiomática, y que consiste en que aún manejando el idioma nuestro, el propio, empezamos a hablar mal suponiendo que eso ayuda al que no maneja el idioma- ¿Fuiste allá? ¿África? ¿Volviste?
-         No, no, no,  no volví –dice la uva negra arrepintiéndose, creo yo, de haber salido de su pensión-.
-         ¿Te fuiste?
-         No, no, no, volví -mueve la mano diciendo que no, y deja al viento la palma de su mano blanca, como de otro cuerpo-.
-         ¡Uh que cagada! Bueno, bueno que estés bien che, abrigate que esta frío, eh.

-         Volviste. –<<volviste>>, eso queda diciendo el negro, meditando, boquiabierto, la media sonrisa luce desdibujada y en cinco segundos ya no hay rastro de esa expresión en su rostro. Las gentes siguen sin frenar a mirar su puesto. Sus labios siguen igual de morados, como si hubiera llegado a comprender apenas lo que el hombre conjeturaba en su pregunta inicial << ¿volviste?>>, quedó ahí, imaginando levemente, por unos segundos, un avión despegando, un aeropuerto que lo recibe con carteles e indicaciones que comprende, el re encuentro con la familia, la concreción de ese viaje imposible a un destino donde jamás retornara.