27 mar 2014

Cuando me muera quiero que me digan Berraco


Por Nacho Fittipaldi

Desde el mes de enero Canal 9 tiene en el aire la serie colombiana llamada “Escobar, el patrón del mal”. La <<narconovela>>, así se  denomina al género, versa sobre los años que arrojaron al Capo del Cartel de Medellín, Pablo Emilio Escobar Gaviria, a la cima y a la muerte de su mundo que marcó durante 20 años, el pulso, el ritmo y la taquicardia de toda Colombia. Esta serie colombiana viene a sumarse a un fenómeno complejo al que, en lo personal, agrego las novelas de los escritores Haruki Murakami, y Henning Mankell. Son cosas que no puedo dejar de ver o leer, y a su vez forman parte de la moda y los best seller. El punto es qué sucede cuando la moda, lejos de los prejuicios de clase en los que nos hemos criado, está bien compuesta en su género.  Es decir, qué hay de malo en consumir best seller si esos tipos escriben como la ostia, o qué de malo tiene ver el patrón del mal…, si la serie esta buenísima.
Hecha esta salvedad quiero tocar algunos puntos que no ayudan a  explicar por qué esta serie hace 10 puntos promedio de rating desde hace ya dos meses.
Por un lado señalar cuanto mejores son los actores de esta serie a los de las novelas nuestras, es casi imposible ver llorar o reír bien a Facundo Arana, por ejemplo. Pero no solo a él, sería muy larga la lista y muy corta la que indique quiénes lo hacen bien o muy bien. Pero acá no solo Andrés Parra (Pablo Escobar en la serie) actúa endemoniadamente bien, es de lo más excepcional que hemos visto en mucho tiempo, hay un cúmulo de quince actores que verdaderamente la descosen a diario y otra veintena que cuando aparecen también impresionan. Pasan escenas de violencia, de tristeza, de borracheras, de amor, de risas y actúan todo bien. No hay serie, ni unitario argentino que esté a esa altura, mas aún teniendo en cuenta la cantidad de actores que El patrón… involucra en cada capítulo, multimillonaria producción por cierto. La serie tiene la cualidad de que uno ve la escena y sencillamente les cree, y no solo les cree sino que puede ponerse en el lugar del otro aunque ese otro sea un monstruo. Cuando Escobar habla de que el gobierno nacional no respeta sus derechos humanos y los de su familia, todos sabemos que es un psicópata, <<cínico y morboso>>, como él mismo califica a los medios de comunicación, pero a nadie le queda dudas de que él siente eso, que lo preocupa, que sufre por eso y que eso es lo que está sucediendo. Pero a la vez, del otro lado, cuando uno ve cómo responde el presidente de la nación, tampoco a nadie le queda la menor duda de la complejidad de ser gobernante durante esos años, esos años que arrojaron a Pablo Escobar a la luz pública luego del mayor error cometido por Escobar y que fe asesinar al Ministro de Justicia de la Nación.
Es ahí donde invocar a Yabrán tiene sentido con aquellas dos frases antológicas que valen mucho más que varios cursos de ciencias políticas; <<el poder es la impunidad>> y en relación a la foto que le sacara J.L. Cabezas <<me pegaron un tiro en la frente>>. ¿Se puede ser más grafico y claro? No.  Después de aquél asesinato Escobar irá perdiendo de a poco y para siempre, hasta que lo asesinan, todo su poder. Su poder era su impunidad, y su impunidad era ser invisible, cuando se hace visible deja de ser impune, orada su propio poder y comienza la carnicería que arroja la friolera de 1.000.000 de muertos –sí, leyeron bien- desde que él comienza su guerra contra el gobierno nacional, contra el Cartel de Cali, contra la sociedad civil y  contra quien se le pusiera en frente.
Otro punto interesante es que en una serie en donde se habla del capo del narcotráfico más importante del mundo aparezcan ciertas cosas ladeadas. Se soslaya la palabra <<cocaína>> y su imagen. Prácticamente no hay escenas donde se pronuncie esa palabra o su modismo colombiano <<perico>>, tampoco se ven imágenes sobre las toneladas de cocaína que se traficaban a EE.UU, o del narcotráfico en sí. Eso esta invisibilizado. Nadie consume, nadie vende, nadie compra. Rarísimo. Algo que por ejemplo en algunos textos de Fernando Vallejo, o en la arrolladora novela de Santiago Gamboa “Plegarias Nocturnas”, o en las novelas de Mario Mendoza, todos ellos escritores colombianos, aparece de manera constante, omnipresente, entregada y usada casi como un derecho ciudadano, invasiva, hasta hacerlo sentir a uno un boludo, o un pacato, por no haberla probado. 
Otro punto interesantísimo es la cuestión de la extradición. La serie muestra este tema como el principal punto de inflexión en la dinámica de la relación entre Escobar y los diferentes gobiernos nacionales. El asunto gira sobre si en caso de ser capturados los capos narco de Colombia, podrían o no ser extraditados a EE.UU y ser juzgados con  leyes norteamericanas. Por un lado hay una cuestión formal acerca de si corresponde o no, acceder a ese tipo de solicitudes. A su vez, hay una dinámica que está regida por la fluidez con que Escobar accede o no a los distintos presidentes y, según ello, si logra o no manejar ese tipo de decisiones que, por lo demás, deben ser rubricadas con documentos oficiales, sean artículos específicos en la constitución nacional, decretos presidenciales (con menor alcance en el tiempo) o, como se ve en la serie, decisiones políticas sin ataduras legales-formales, más que la propia decisión de un presidente en extraditar a un narco. Ese es el segundo quiebre, la amenaza de la extradición y el fin del poder de los dólares o las balas como consecuencia de ello.
Tampoco aparece autocrítica, o un mínimo contrapunto, un halo de esperanza frente a la imposibilidad asumida de juzgar en estrados colombianos a estos narcos que lo único que quieren es no ser extraditados a EE.UU. En ningún momento la serie aborda esta cuestión. No hay un solo personaje que diga alguito, una palabra,  sobre este conflicto, si los <<extraditables>> pueden no ser extraditados pero en cambio ser juzgados en Colombia por jueces colombianos. La tensión es, o los extraditamos o quedan libres. Es como si fuera imposible permitirse pensar en un juez no corrupto y por extensión uno puede pensar en una sociedad que se ubica en ese mismo lugar del <<juez corrompible>>, dado que los jueces son miembros de ella, hay una representación de la sociedad colombiana en ese debate obturado.

Finalmente hay otro asunto que la serie no aborda pero que aparece sobrevolando todo el tiempo y que es la cuestión de cuánto debe ceder un gobierno para obtener la paz en relación a un conflicto violento. Es decir, cuanto puede exigirle Escobar al los diferentes gobiernos nacionales para entregarse y llevar algo de cordura a una locura que aún no ha cesado. ¿Puede exigir el fin de la persecución personal? ¿Puede exigir el fin de la persecución a su familia? ¿Puede exigir la modificación de la constitución y la redacción específica de un artículo que prohíba la extradición de ciudadanos colombianos a los EE.UU? ¿Puede? Sí, claro que puede. Pero el gobierno nacional, ¿qué decisión debe tomar? ¿Debe hacer caso, debe cumplir todo lo que Escobar, como cabeza pensante de los <<extraditables>>, exige? Si lo hace, toma el riesgo de quedar expuesto a la feroz envestida de los medios de comunicación, <<cínicos y morbosos>>, que en su idealismo absurdo conciben a los gobiernos y a las estructuras estatales como reserva moral de la sociedad y como el sitio donde se concentra el mayor poder. O no cumple con todo lo exigido y asume el riesgo de otro <<bombazo>> a un avión de Avianca en pleno cielo colombiano con 107 víctimas abordo; u otros 17 secuestrados durante más de seis meses; u otro  precandidato presidencial asesinado. ¿Qué hacer? Esa es la pregunta que la serie no plantea con profundidad, esa es la pregunta que atraviesa a la relación Estado y Sociedad, la pregunta que la Argentina tuvo que hacerse cuando regresó la democracia y había que juzgar a los milicos. ¿Hasta dónde ir, quién los juzga, con qué leyes, en qué país, por cuáles delitos? De esa negación surgen otras respuestas, surgen imágenes simplificadas, procesos no contados y esa hermosa sensación de cada día, de lunes a viernes, a las 22 hs, de querer ser todos, un poquito, durante un rato nada mas, Pablo Emilio Escobar Gaviria, el patrón del mal pero nada tan simplificado, también un buen padre, un pésimo amante, un berraco, un guerrero, un multimillonario, cálido, cruel, familiero, gordo, entrador, narco, capaz de mentirse frente a su propio espejo y creérselo, y en ese truco, dejarnos perplejos a todos, cada vez y desde hace dos berracos meses.