5 ago 2013

Situaciones de un vestuario de hombres III

Por Nacho Fittipaldi

La mañana arranca casi media hora más tarde que lo que la rutina amerita. Una vez que Piero y Pao bajan del auto rumbo a la guardería, me dirijo a la pileta para encarar el entrenamiento del lunes.
Después de nadar los 3.200 metros correspondientes, la ducha será una instancia reparadora. Apurado como estoy con los horarios, aún debo tomarme el micro e ir a BsAs, esa instancia reparadora pasa a las apuradas y en la soledad del vestuario. Si algo tienen los vestuarios de hombres, es que la gente anda en pelotas. Yo estoy en pelotas secándome. De espaldas a mí, escucho dos voces que se acercan y que ingresan al vestuario. Son dos personas desconocidas para mí, el más grande debe tener unos 66 años y el más jovencito debe tener 22. Supongo que son padre e hijo pero me equivoco. Entraron mojados, vienen de nadar, se sacan las mallas y están en pelotas ambos. No hablan. No me miran. Yo ahora estoy sentado secando esa parte del cuerpo compleja que es el entre los dedos de los pies. El mayor mientras busca el jabón en su bolso, supongamos que se llama Aldo, le pregunta al más joven, suponiendo que se llama Diego. ¿Che, cuanto pesaba el Pejerrey que pescó tu papá?  Diego se da vuelta, lo mira fijo y le dice, pe-pe-pesaba seis, punto, y tres ceros mas. Vos sabes que me parecía que era enorme pero no tanto, en esta época se pesca cualquier cosa, y con las lluvias que hubo en Brasil, y la crecida del Paraná, hasta dorado se está sacando acá. Yo quedo inmóvil. Diego tiene algún problema que no llego a identificar, habla muy trabado y básicamente el mundo que él comprende es tan distinto del nuestro. En vez de decir que el pescado pesaba 6 Kg, dijo que pesaba “seis, punto, y tres ceros mas”. Aldo habla con él como si fuera tan lógico lo que ha dicho. No, no hay dorado a-a-a-a ahora, dice Diego, el dorado vie-vie-vie viene más tarde. Aldo se ha sacado la maya y ha girado, está en pelotas frente a mí. Diego afirma que el dorado llega más tarde a esta parte del Río de la Plata y deja caer la toalla que hasta recién lo cubría. Aldo se va a las duchas, lo pierdo de vista y yo quedo a solas con Diego. Ruego por favor que no me hable, que no me diga nada acerca del pejerrey, que no intente ponerse en contacto conmigo que tan mal me llevo con estas situaciones. Diego me mira y me dice, ¿sa-sa-sabes que mi papá, pe-pes-pes-pescó un pejerrey de seis, punto, y tres ceros más?. La puta que me parió, me cago en Dios y en el Papa Francisco, me está hablando a mí. Tengo dos opciones, o le respondo o me hago el boludo. Si me hago el boludo corro el riesgo de que Aldo escuche que Diego quiere hablar conmigo y yo no le respondo. Si le contesto como si todo estuviera por sus carriles normales, corro el riesgo de que Diego se ponga a hablar conmigo, crea que yo soy un tipo macanudo y me mande una solicitud de amistad por Facebook. Arriesgo y le respondo en un estilo más bien seco. Secote. No che, no sabía nada. Sí, pes-pes-pes-pescó, pescó un Pejerrey de seis, punto, y tres ceros mas. Ahora ha agregado algo, cuando dijo “punto” movió el brazo elevando el antebrazo y el dedo como si estuviera poniendo un punto en una pantalla touch. Diego se ha acercado y ahora estamos más cerca que la cercanía que mantienen dos personas que no se conocen. Al hacer el gesto del punto, Diego ha dejado caer, o se le ha caído, la toalla al piso. Dios mío, terrible poronga tiene este muchacho, qué batata. ¿Vos pescas?, continúa Dieguito. ¡Me recontra cago en Bergoglio y su sucesor! Aldo volvé rápido porque este pibe me está incomodando mucho. No, no pesco, respondo yo con cara de lija al agua. Uyyy qué-qué-qué mal, agrega Diego en tono burlón, larga una carcajada mientras su termo tanque flamea al viento, mi papá es un-un-un un gran pescador, pesca en to-to-todos-todos- lados. En ese momento entra el padre de Chuky -amigo mío de la secundaría- con cara de, el entrenador es un hijo de puta que me quiere matar en el agua, respira agitado, está mojado. Lo saludo, él queda sin quererlo entre Dieguito, su salchichón, y yo. Cómo va Carlitos, lo saludo. Bien, bien, responde él, esta desatento o perdido, como las trescientas veinte veces anteriores que lo vi. Carlitos mientras gira sobre sí, le dirige la palabra a Dieguito, pibe no me alcanzas el bolso que esta allá arriba, por favor. Diego parece no haberlo oído, toma el jabón, el shampoo, y se va, se va con Aldo a las duchas. Yo apuro las cosas, meto la toalla en el bolso, me seco a los re-pedos como puedo, abrocho el ante-último botón de mi camisa y salgo a la calle buscando que el viento me golpeé el pecho.