29 ene 2011

La densidad del tiempo



Atardecer en Montañita
 Por Nacho Fittipaldi desde Montañita (Ecuador)
Los ecuatorianos de Montañita hablan con arena en la mano, emulando un reloj de arena, dejando pasar a cuenta gota un poquito de arena a una mano y otro poquito a la otra, sin acelerar los tiempos de la palabra van diciendo lo que quieren expresar. Rodrigo, tirado en la arena con su ropa puesta, habla así. Son las siete de la tarde, el sol se puso ya y la crecida del mar nos ha obligado repentinamente a mover nuestras cosas para evitar que se humedezcan. En esta playa a la que venimos vienen los ecuatorianos de aquí, el turismo va a la playa céntrica y esta es mucho mas de los lugareños, es esa la razón por la que la escogimos como nuestra, según Pao podría ser una playa de la UOCRA. Rodrigo Pinto mide un metro cincuenta, o cuarenta y nueve tal, vez -es como Pao- y cabría muy bien en los asientos de las combis peruanas. Por casualidad terminamos arrimando nuestras cosas junto a las de él y su familia, su mujer fichó ese mismo día para un club de futbol femenino, ella entrena en la arena mientras nosotros iniciamos una charla casual. A simple vista uno no daría mucho por aquel pequeño hombre de tez oscura, torso redondeado y escasa altura, ahora que lo pienso se asemeja a una garrafa de gas. Es igual a tantos. Él nos habla de cuando el mar sube, de cuando el mar baja, de la Montañita antigua y de esta, de qué pasara mañana según la puesta del sol –nada de lo que augura sucede finalmente, aclaro-. Yo le doy tiempo de que hable de lo que él quiere para poder preguntarle lo que yo quiero, dejo que entre en confianza, que se distienda, Rodrigo habla muy claro y con palabras que alternan el español, el inglés y ese castellano caribeño que mete un chévere en cada lugar donde puede. El momento llega: ¿Rodrigo y qué onda con este tal Correa? Por un instante pienso que metí la pata, la fluidez del dialogo se ve interrumpida, el mira la arena, hay silencio, estamos acostados en el piso de la playa popular de Montañita y el sol se ha puesto bellísimo, metí la pata y arruine el momento. Rodrigo ríe y dice, “a mi me costó entender a este man, sábes?? Pero ahora debo reconocer que lo apoyo y que ha cambiado el país en muy poco tiempo y con una autoridad increíble, las cosas se hacen porque él las dice y ya.” A partir de ahí Rodrigo comienza a dar muestras de una lucidez inusual, maneja datos, vocabulario, esta informado y yo me siento sudamericano. Mucho  de lo que hemos visto aquí en Ecuador, en su trama política, lo que la gente nos ha contado guarda una semejanza con la Argentina que impresiona, incluso en las críticas que le hacen a Correa respecto de sus “formas”. Rodrigo avanza, ahora pregunta él: ¿Y por qué me preguntas eso tú? Bueno porque en todos los diarios que hemos visto –comprados al azar o los títulos leídos en las tapas de los puestos callejeros- todos critican a Correa de una manera feroz –digo yo, sin mostrar mi opinión, ni mis convicciones políticas, quiero que hable él, simplemente porque da placer escucharlo-. Ah, pues porque los medios están en contra de Correa, simplemente por eso –agrega él-. Luego arremete, “¿Cómo quieres que no este con este man si ha llevado escuelas a los lugares donde antes sólo había miseria y hambre, vieras las caras de los niños cuando les instalaron las pantallas táctiles –no usan pizarrón-, es que no sólo les dieron las netbooks sino que les dieron pantallas táctiles, ¿entiendes lo que eso significa para eso niños, este man esta llevando la salud publica a todos los ciudadanos que no tenían acceso a nada, esta comprando clínicas privadas para que den atención primaria porque los hospitales públicos están colapsados, ha obligado a los hospitales públicos a que atiendan las seis horas diarias obligatorias que corresponden por ley y no los treinta minutos que atendían antes, y hay un proyecto para llevarlo a doce horas diarias obligatorias, este man ha creado el subsidio de la seguridad social que alcanza al 70 % de la población –equivalente a la asignación universal nuestra-, este man ha expropiado los campos y los medios de comunicación del Estado que los empresarios de la derecha se  habían apropiado durante años de negocios entre el empresariado y los sucesivos gobiernos? Cuando yo vi todo eso, yo me dije, este man esta ahí con el pueblo y hay que apoyarlo. Y sabes cómo lo hizo, cuando llego al poder dijo <A partir de ahora las cosas son así>” Rodrigo trabaja diez horas por día con las comunidades campesinas en el Cantón de Santa Helena, la noche se va cayendo en la playa, la charla se dispara por diversos lugares y las luces de las redes de los pescadores indican que ya ha caído la noche terca, él nos explica que esas luces son para que cada pescador sepa dónde colocó la suya, nunca entendí si las recogen de noche, en ese caso lo que dice Rodrigo tiene lógica, o si lo hacen de día, y en ese caso nada de lo que dijo tiene sentido. Como sea, esas luces que parecen lucecitas de árbol de navidad, están en el medio del mar y pueden verse con claridad desde la oscuridad de la noche costera, y ese agregado artificial al mar curiosamente no lo diezma en su belleza sino que la profundiza.
Por afuera de esa tremenda personalidad política, están también otros nativos de aquí, Catalina y Leonardo por ejemplo, ellos administran el hospedaje y son gente tan amable y sencilla. Catalina es mas baja que Rodrigo, sí eso es posible, tiene la piel muy morena y ríe todo el tiempo, casi tanto tiempo como el que cocina para los suyos, allí también le enseño a Pao a hacer el ceviche y me convidó a mi una fruta que yo ya sabia que no habría forma de que me gustase, esos tiempos del compartir son los que texturaron este viaje. Su cocina, la nuestra. Aún no llegamos a entender quién es hijo de quién allí, todos comen y viven allí, juntos, son como doce, pero sus aspectos etarios son indescifrables. Ambos confiesan, quizás con vergüenza, que ellos no han salido mas allá de Guayaquil, a tres horas de Montañita, Leonardo se pregunta en voz alta, “Fíjate que Uds. han recorrido lugares de mi país que no ni conozco. Me han dicho que Loja es muy lindo, no? Pero yo no la conozco” Ambos se mueven en ese hospedaje que es el ahorro de sus vidas, viven todos los días de sus vidas para mantener el hospedaje y para que el hospedaje les permita vivir con muchísima mas holgura que el común de los ecuatorianos. Sin embargo, en el, “Buen día niña Paola, buen día niño Ignacio,” de cada mañana de Catalina, entiendo que esta la esencia de Rodrigo, de Catalina y Leonardo y del ecuatoriano medio también. Y ahora que me lo figuro, a eso habíamos venido.

25 ene 2011

Por las sendas del Tafí


Catedral de Cuenca

Por Nacho Fittipaldi desde Cuenca (Ecuador)
Nos fuimos de Vilcabamba con olor a café. Ahora, cada vez que abrimos las mochilas, un olor profundo, a tostado, a humus verde, a pasto recién cortado, a calle mojada sale de ellas. La provincia de Loja es así de olorosa y colorida.
La ciudad de Cuenca es muy bella, es una ciudad de unos trescientos mil habitantes, dividida en la ciudad antigua, cercada por un río de montaña de agua transparente, y la parte más moderna que por supuesto no es Chicago. Cuenca tiene una temperatura de entre 15 y 20 grados, no más que eso casi todo el año, está atravesada por un montón de callecitas angostas por las que da la impresión que en cualquier momento aparecerá algún caballero del siglo XVIII, también parece que en estos callejones cabe sólo un automóvil pero aquí hacen caber dos; busco en las esquinas su terminación arquitectónica, las esquinas tienen ochava, me convenzo, sigo caminando y en la misma calle cien metros más arriba las esquinas no tienen ochava y terminan en ángulo recto, a lo largo de toda la ciudad antigua las esquinas parecen estar hechas de manera antojadiza; en casi todo el casco antiguo los techos son de teja italiana, ahí también se junta humus, tierra que abona el sitio donde los helechos irán a crecer. Es difícil que una ciudad con tantos techos de tejas sea una ciudad fea, o poco cálida, ese color chillón apagado por el correr de los años, con esos tapiales de barro, con sus techos bajos y sus tirantes de madera que sostienen ladrillos en los techos, son infalibles y ya los conozco de Cuzco. Cuenca es hermosa, tiene una catedral descomunalmente grande para el tamaño de la ciudad. A mí que las iglesias no me dicen nada, ésta en cambio me encantó y nos desacomodó e hizo que estuviéramos allí dentro más de lo acostumbrado. Según dijo un guía de allí esta catedral es del 1800, y mixtura un estilo románico con gótico; de repente una señora argentina que está en el tour le pregunta al guía, o le arroja como piedra una pregunta certera e incómoda, sin titubeos y delante de los otros participantes del paseo, ¿dónde está lo gótico en esta iglesia? La vieja descree del guía, él duda, lo han pescado mintiendo o forzando los criterios de la arquitectura antigua, entonces él agrega, afuera, afuera esta el estilo gótico. La señora argentina tiene razón, pero ya ha cosechado su faena y se retira de la disputa en silencio, no hay allí nada de gótico pero sí de enorme y todo esta tremendamente marmolado. El guía luego cuenta que la ausencia de las torres centrales de la catedral, se debe a que los muchachos que calcularon las tareas de finalización del edificio, hace dos décadas, sacaron mal la cuenta porque el mármol original era italiano, ergo, más pesado que el que se utiliza por aquí y si colocaran el mármol original, con esos cálculos fallidos, se hundiría toda la catedral y probablemente Cuenca también. Lo cierto es que la iglesia luce una enorme grieta en el centro mismo de su construcción. Pienso si los guías nos mienten siempre y lo que sucede es que hay pocos que refuten, nosotros en las ruinas de Chan-Chan (Perú) caímos en las manos de Edith, una vieja que empezó hablando en tono de guía y terminó puteando y hablando pestes de Pizarro –no el jugador de la selección de futbol peruana sino el conquistador español- porque según ella traicionó la buena fe del cacique Atahualpa.
En Cuenca conocimos a dos ecuatorianos de Quito, Abel y su mujer, Alexandra, ambos de unos treinta y cinco años de edad, ella una gorda divina -o algo así-, que habla con una pasión por la comida como si supiera que la última vez que ingirió alimento ha sido la última vez que comió en su vida. Ella odia tanto a los peruanos como adora el mote –choclo ecuatoriano sin sabor a nada-, se alegra al saber que a Pao y a mí nos pareció que Perú estaba pobre: "¿Oíste Abel, los chicos dicen que Perú esta pobre, que bueno no?" No es mala pero tiene unas opiniones que contornean lo xenófobo, la intolerancia, la gula y el desenfreno mas descabellado por asuntos intrascendentes. Abel está entre agotado y entregado, a ella parece gustarle todo lo que a él le da miedo. Dice que tenemos que comer chancho a la barbosa, es un tipo de cocción que a nosotros sin saber cómo era nos había impresionado al llegar a la ciudad, por la brutalidad y la potencia de la imagen. Básicamente es un chancho muerto, no un lechón eh, es un chancho de unos 20 o 25 kg incrustado horizontalmente a un caño grueso que gira sobre una fogata hecha en un rectángulo de chapas como a un metro de altura de las brasas y que por una cuestión de espacios o show se prepara en las veredas de las casa y/o restaurantes. Al chancho el caño le entra por la boca y le sale por el orto, es enorme y Alexandra dice que es un manjar, entonces nos invitan a comer eso que es visualmente tremendo y nosotros no lo rechazamos que no es igual que aceptarlo. El chanco a la barboza no es precisamente un manjar pero se deja comer. "También tienen que comer Cui, es bien bacán, dice ella, ya van a ver es muy rico". El Cui no es ni más ni menos que un cuis, lo que pasa es que así como sucede con plantas y frutas, el de acá tienen un tamaño bastante mayor al roedorcito que conocemos nosotros y que tiene por costumbre espectar al borde de los caminos ruteros de Argentina, este bicho acá es tamaño comadreja o hurón, enorme, es como si un cuis nuestro llegara a jugar en la NBA. El cuis también está hecho a la barboza y sale 16 dólares el plato, es lo más caro que hemos visto costar un plato, Pao y yo decimos, no gracias, y no tanto por el precio, más bien por la impresión del caño reventando las mandíbulas del Cui.
De allí nos fuimos a Guayaquil para tomar el ómnibus que nos trajo hasta Montañita. En el viaje que durará tres horas el bus trepa por un camino de montañas muy altas y verdes, boscosas, repletas de pinos, arrayanes y eucaliptus, no tengo la impresión de haber visto este paisaje en Argentina, no sé si el eucalipto crece en la alta montaña. Allí también las casa de tejas se pierden en la espesura y sabemos que están porque las chimeneas las delatan humeantes, aquí no hay pobreza, en Ecuador no hemos visto pobreza o en todo caso la pobreza rural es como dijera Brandoni, una miseria digna. El bus trepa y trepa, pienso que si no revienta el motor va a reventar el chofer. Llegamos a los 4000 metros de altura, nadie revienta, en cambio las lagunas se muestran una a una, curva tras curva, atravesando el Parque Nacional Cajas, dicen que hay más de 240 lagunas completas de truchas. La música del ómnibus es como mínimo ecléctica, pasan de Chayanne a Alejandro Lerner, Franco De Vita, o la cumbia de aquí, sin decir agua va, yo intento terminar un libro de Héctor Tizón y noto que la distancia del Español puede ser tan amplio como dispar. Tizón tiene un manejo del español asombroso, una prosa exquisita y una capacidad figurativa excluyente, los muchachos de aquí es como si hablaran otro idioma. Ahora que ya van como trece días de viaje, nosotros nos alegramos mucho, cantamos en voz alta y miramos por la ventana cuando nos ponen Chayanne, Maná o Ale Lerner, a la distancia, esa música nos arroja a algún lugar desconocido pero querible. Y cuando suena Mi historia entre tus dedos de Gianluca Grignani, se me parte el corazón y casi lloro.
Montañita es un no lugar, aquí no hay nada que sea de los ecuatorianos, excepto los 30 grados que hacen constantemente cada día. Un argentino –está lleno- o un canadiense son mas dueños aquí que los propios nativos. Las artesanías no son de aquí ni de ningún lado, dicen tanto de Ecuador como de Mar del Plata, los bares de aquí podrían estar en Pinamar o en Montreal y la playa esta buena pero no da para suicidarse. Es curioso como la industria del turismo logra inventar lugares. Lo propio de aquí es su incansable atardecer, la gente del lugar bañándose en el mar vestidos, no con mallas o bikinis sino con remera bermudas y hasta camisas, también comprar pescado fresco en unas motos que van por la calle, sin hielo ni nada, recién salidos del mar, entonces compramos un atún y lo hice a la parrilla, medio atún de 3 libras, -aquí las cosas se pesan en libras y a los hombres se les dice man-, o sea 1,5 Kg, eso aquí sale veinte pesos argentinos. Tan barato que Pao se inicia en la comida peruana de golpe y se manda un ceviche de atún del carajo, lo compartimos con Catalina y Leonardo que son los dueños del hostel en el que paramos, ellos tienen cincuenta y cuatro y cincuenta y cinco año de edad, son divinos y muy hospitalarios, a ella -a diferencia de él- es como si un camión lleno de chatarra de acero la hubiera pasado por encima, tienen un año de diferencia pero nosotros pensábamos que Catalina era la madre de Leonardo y no su esposa como es. El lugar se llama Brisas del mar, se mataron con el nombre, igual prefiero eso y no que se llame Hostal Tití Fernández u Hostal Josemir Lujambio. Allí una habitación que por poco se cae sobre el mar de lo cerca que esta nos regala día a día el ruido de las olas rompiendo a menos distancia de lo que se necesita para que la habitación no esté impregnada de esa bruma magnifica que el mar despide.
Los ecuatorianos de Montañita hablan con arena en la mano, emulando un reloj de arena, dejando pasar a cuenta gota un poquito de arena a una mano y otro poquito a la otra, sin acelerar los tiempos de la palabra van diciendo lo que quieren expresar; ahora llueve, y en los lugares costeros la lluvia cuando obtura la playa, obliga a ver lo que hay antes de llegar al mar, entonces la ciudad balnearia se pone gris y nostálgica y se la contagia a sus visitantes.


20 ene 2011

El placer de la desatención



Camino de montaña, Vilcabamba


Longevos habitantes de Vilcabamba
Por Nacho Fittipaldi desde Vilcabama
Merlines no había, en cambio en Cabo Blanco pudimos contar  treinta y seis plataformas  petroleras de alta mar, que no son tan de alta mar porque están a mil metros de la costa; entonces  Hemingway tal vez no iba allí en busca del Merlín, iba  a buscar petróleo, no era tan machito como se decía sino mas bien un cerdo capitalista colaborador de la CIA.
Cabo Blanco es de una escasez atroz y constante. Este cabo es de una inmensa soledad, ciento veinte personas lo habitan, a las que llega el agua una vez por semana y a juzgar por el infernal lugar en el que paramos, no les llega casi nada más que pescado. La habitación en la que dormimos tenia techo o cobertor de paja o mimbre, medía 2, 20 Mts  de largo por 2, 50 Mts de ancho, un colchón de una plaza y media, una silla y eso era todo.  El baño estaba en construcción, como casi todo, y no tenia agua ni ducha, entonces todo se deposita en el inodoro y nada se va, el agua que vertemos se escurre sin lograr nuestro cometido. Durante el dia la estrategia fue no volver alli bajo ninguna circunstancia anterior a la hora de irnos a dormir. Vuelvan cuando gusten -dijo América-, la dueña del hostal El Mero, como si ese universo de la pequeñez no fuera motivo suficiente para no volver nunca más a Perú o América del Sur. Uno sabe que no debe decir esto, pero cuando la humildad de los otros te toca tan cerca, hace que la comodidad nuestra pase  a ser un insulto elevado contra algo que cae exactamente justo al lado nuestro.  Las playas son muy amplias, sus olas tan verdes que  de vez en vez dejan ver el lomo al descubierto de alguna tortuga marina enorme. El mejor recuerdo de allí será su atardecer, alguna ola bien grande, el plátano frito, un cebiche de pez Vela de antología y los filetes de Barracuda, memorables.  Nos fuimos de Cabo Blanco con la certeza de no volver a lo de América hasta que alguien invierta un poco de dinero, tan rápido como pueden esfumarse veinte y cuatro horas de verano.
Desde allí viajamos a Piura a través de un desierto hervido en su propia arena. El paisaje carretero, en el norte de Perú, es un constante desierto desde Trujillo hasta la frontera con Ecuador, mil kilómetros  de  arenal con montañas bajas, una vegetación en la que predomina todo lo achaparrado que puedan imaginar, con mucha basura dando vueltas, atoradas en  las espinas de los espinillos, flameando al viento como banderines de carnaval,  con los Gallinazos revoloteando en círculos alguna presa muerta que no imagino qué podría ser, poco que festejar. Lo curioso de todo ese escenario desolador es que tras esas montañas de arena, tan sólo detrás de eso que uno mira y se acalora, es que pasando ese Santiago del Estero peruano, sin Chacareras ni Carabajales, está el inmenso mar esperando. Sobre el filo de la montaña de arenilla, la arena cae sobre el pacifico, o este se vuelca sobre aquella y eso también es desde Trujillo hasta el Ecuador. Simplemente majestuoso e incomprensible.  
Piura es una ciudad muy grande del norte, allí hay como actividad  principal económica  –supongo- una industria metalmecánica y agropecuaria importante y además por allí circula gran parte del comercio terrestre con Ecuador, los distancian trescientos kilometros;  utilizando algo que dijo alguna vez Luisina en memorable figura, yo puedo afirmar que Piura es mas feo que feo,  una  ciudad en la que lo mejor que se puede hacer es irse, no al demonio porque debe alquilar por ahí no mas, pero aconsejo irse, si van a Piura ni bien lleguen pregunten cuál es el camino de regreso y tómenlo, no sin antes pasar por el mercado de frutas y verduras y  comerse unas inolvidables bombas de papa rellenas con picadillo de carne y huevo duro. Después la retira al Ecuador será un buen camino.
Al cruzar la frontera uno ve la tangible injusticia de la distribución de los recursos naturales, Perú y Ecuador están divididos por un bello río de montaña, agua dulce que del lado peruano escasea. Ecuador es exuberante en todo el Sur. Sembrada de arrozales, minada de plantaciones de mango, plátano, maíz,  regadas por ríos y serpenteando entre las montañas ya verdes, no amarillas como las de  Perú, esta parte de Ecuador es básicamente hermosa y acogedora. El ecuatoriano es sociable y educado, saluda al pasar, pregunta de dónde eres, qué piensas de su país, hacia donde te diriges y todo lo que demuestre que están interesados y alagados de que tú estés allí.
Llegamos al la ciudad capital de esta región que se llama Loja, esta a 2000   metros sobre el nivel del mar, hacen unos agradables 20 grados que por las noches descienden a unos menos agradables 15 grados, es una  ciudad bien antigua, fundada en 1572, aún luce el enorme portón que abría o vedaba el acceso a la ciudad que estaba cercada por un rio que aún está vivo, como el castillo del que Srrek debe rescatar a Fiona. Tanto en la cena como en el desayuno nos dimos cuenta que la cosa había cambiado, aquí ya no hay pescado, aquí no hay langosta ni camarones ni ceviches, todo es arroz, plátano, menestra, pollo, res, cerdo, lentejas y ha regresado el maldito comino que en la costa peruana había desaparecido. ¿A quién se le ocurre ponerle comino a una tortilla de huevo? De Loja nos fuimos para Vilcabamba, es un pueblito que esta a 1500 MSNM  y es mundialmente conocido por tener entre sus pobladores a la mayor cantidad de personas longevas del mundo. Tener 32 años acá no es motivo de mayores comentarios que si uno tuviera los 104, 110 0 120 años que varios de aquí ostentan mientras dan vueltas a la plaza central. Aquí llueve intermitentemente todos los días más de una vez por día. En los alrededores de la plaza se puede identificar un murmullo extraño, al rato uno cae en la cuenta de que lo raro es que ese murmullo es del idioma inglés, pululan por ahí personajes conversando en un inglés que no es el que se estudia en los institutos de acá. Curiosamente viven, según nos dijo David un norteamericano de Pensilvania con descendencia calabresa que vive en Vilcabamba, unos 800 extranjeros, en su mayoría europeos y norteamericanos. Mientras leo la novela de Henning Mankell, El regreso del profesor de baile, sufro una especie vivencia en la que la novela penetra mi pensamiento cotidiano, una de persecución. En la trama los inspectores de investigaciones Stefan Lindeman y Giussepe Larsson, tratan de descubrir el móvil de un asesinato ocurrido en una zona boscosa de Suecia, retirada de toda urbanización; allí un ex integrante de las SS Nazi, se ha refugiado convencido de que iran a buscarlo luego de cuarenta años para hacerle pagar las tropelías cometidas en su juventud Nazi. Pienso si en estas callecitas de Vilcabamba, no habrá algún escapado de algún pecado cometido en la segunda guerra mundial, miro los cuerpos atípicos que coincidan con la descripción y el perfil que Lindeman y Larsson tienen del escurridizo sospechoso, me convenzo de que algo debe andar muy mal para que este pueblito ínfimo del sur de Ecuador, sea el refugio de tanto gringo.
En el bus de camino a Vilcabamba, un muchacho de unos 16 años nos pide el boleto para acomodarnos en los asientos correspondientes, nuestras mochilas grandes ya están en los buches de abajo, llevamos con nosotros los bolsos de mano, él se ofrece a poner nuestras mochilas de mano en el buche de adentro del bus, nosotros aceptamos de buena gana. El muchachito educado nos pregunta: de dónde eres, qué piensas de su país, hacia donde te diriges y todo lo que demuestre que está interesado y alagado de que tú estés aquí, nos recomienda lugares para recorrer. Luego se retira  cuando otros pasajeros suben al bus que estaba vacío hasta ese momento, excepto por otro muchacho que estaba en el asiento de atrás al nuestro. Pao y yo quedamos encantados con tal buen gesto. Entre ellos dos y sin que nos diéramos cuenta nos robaron, mil dólares a mí y quinientos pesos argentinos, eso era todo mi capital hasta el 31 de enero en que regresemos. A Pao le robaron doscientos dólares. Eso fue ayer a la mañana y nos dimos cuenta al llegar a Vilcabamba cuando quisimos pagar el hostal en el que estamos ahora y que, hay que decirlo, es uno de los lugares más bellos en los que haya parado en mi vida. Mas que el dinero, ayer habíamos perdido la alegría, ese placer de no tener preocupaciones, ese goce de la desatención, estos cabrones se llevaron eso. El dinero no nos importa, pero cómo sacar   ese rostro y toda su estrategia desplegada tan ágilmente sobre nosotros no será tarea fácil.    Un capitulo aparte todo lo que incluye la denuncia en una fiscalía en donde el auxiliar del fiscal no identifica una vaca adentro de un baño.
Vilcabamba es hermosa, pequeña, verde, productora de café  y de viejos longevos. En el centro de un gran valle sus montañas parecidas a la verde Salta, nos ha acogido con la misma servicialidad que nos han afanado. Mañana salimos para Cuenca, ya con la alegría reinstalada en nosotros, sabiendo que el dinero va y viene como la salud, o si no tendrían que ver a los viejos de aquí que para sacarles una foto te cobran un dólar, Ecuador esta dolarizado, mientras ríen a la cámara con caras de santos como si no supieran de qué va la cosa.      

16 ene 2011

La trama de Máncora



Atardecer en Máncora

Por Nacho Fittipaldi desde Máncora (Perú)
Trujillo es un error urbano. Es la tercera ciudad más poblada de Perú después de Lima y Arequipa, viven allí un millón de personas. Nos han dicho que fue la primera región del Perú que logró su independencia.  Su plaza de armas es algo imponente y hermosísimo, contrasta el hecho de que esos edificios antiguazos,  los más viejos de la ciudad, hoy son sede de empresas multinacionales y no edificios públicos como suele ser común  en muchos países: American Airlines, LAN, Scotiabank, Hotel Libertador, etc. La política de los últimos 15 años en Perú, hoy presidida por Alan García, son palpables en muchas cosas de este tipo, Colombia y Perú son los países de América del Sur menos orientados a fortalecer la UNASUR. Trujillo da cuenta de ello. Para definirla yo diría que Trujillo es un gran trazado de carreteras por donde millones de combis van y vienen como si su fin último fuera circular, no acarrear pasajeros y como si esa conducta compulsiva fuera desarrollada por hombres pre-determinados a esa causa mecánica. Sólo eso y no mucho mas por contar de esta desilusionable ciudad.
De allí nos fuimos a Máncora, ubicada a unas ocho horas tediosas de viaje, en un ómnibus de una incomodidad supina para mi estándar metro ochenta, me pregunto cómo hacen esos noruegos que andan por estos lares y que miden metro noventa y cinco para viajar en estos cosos que en Perú denominan servicio normal, ergo, sin aire acondicionado, sin agua para beber y con asientos que no se reclinan mas allá de lo que se inclinan las butacas de los cines o las del TALP. Ahora estamos en Máncora, estamos a unas doce horas de Lima, bien al norte de Perú y más cerca del Ecuador que de Lima. Es un pueblito pequeño en donde sus pobladores viven del turismo y sobreviven de la pesca. Aquí los atardeceres son eternos, aquí no se ve el amanecer en el mar como en la costa Atlántica, aquí se atardece, quizás por la latitud en la que estamos o por que a alguien se le antojo así, aquí atardece como dos horas y media continuada, entonces el cielo asume unos tonos violaseos, amarillentos, naranjados, y si es posible, turquesinos. Las playas son pequeñitas y pedregosas, buscar un lugar en donde sólo haya arena no es tarea fácil; en cambio los cangrejos están por todos lados y sus tamaños y colores van desde unos diminutos transparentes a los amenazantes naranjas que alcanzan un tamaño como el de mi pie que calzo 44. Aún así se escabullen al vernos entre unos hoyos que hacen en la arena y sólo cuando se sienten en calma regresan de inmediato para terminar de comer el ojo del pescado muerto en la orilla. Supimos que sólo comen los ojos de los pescados cuando los vimos como cirujanos, abocados exclusivamente a engullir esa parte vidriosa de los peces, muy precisos profesionales del cristal.
Nuestra habitación esta sobre el mar, en un sitio retirado del centro, nunca supimos que el mar hacía el ruido tan inmensamente corrosivo como para despertarnos en mitad de la noche con la certeza (y sobresaltados) de que una ola gigante ha carcomido las bases de la modesta construcción que nos hospeda. Entonces uno sale al balcón de caña y ve, treinta metros mas abajo, que el Pacifico sigue tan quieto como a  las diez, a las catorce o las diez y ocho horas, siempre quieto, mas lago que mar, este océano es turquesa y quieto por definición, de allí lo de pacifico, o yo me lo inventé. Pelícanos también hay por doquier, sobrevuelan el mar rasantes, no se hunden aún pero allí están con sus picos enormes y sus buches acuosos. Juegan sobre las olas en el lomo de ellas, al inicio de su caída, de allí se escapan con sutiles movimientos como si barrenaran el tubo que se cierra y entonces el turquesa muestra la fragilidad de la espuma. Las olas están viniendo a romper en un sitio en donde se ha pergeñado el laberinto de los cangrejos, allí juegan (o sufren) el mito de Ariadna y Teseo, escapando al  embrollo, evitando la orillada final.
 Cada mañana despertamos mirando ese mar imponente repleto de barcazas que salen a buscar la materia prima con la que después se harán eso ceviches exquisitos que cualquiera prepara aquí. Es maravilloso y cómodo porque ceviche se escribe con ve corta y con be larga indistintamente. Corroboran así mi teoría y hacen que me sienta menos mal, yo que soy un hacedor de faltas ortográficas consagrado. Cuando alguien pide un cebiche, nadie duda lo que esa persona esta queriendo comer, entonces qué más da una manera u otra.
En el salón comedor del hospedaje, abierto espacio al mar, nos espera Yecenia, ella es la encargada de la cocina, es una negra feaza, mezcla de Beyoncé con Mike Tyson, que no cocina muy bien pero en cambio es educada y agradable; el hospedaje lo regentea Don Carlos, un viejo limeño que te corre todo el tiempo para que pagues tus cuentas que por lo demás nosotros no intentamos evadir; él cree que el mate es parecido a la marihuana y que sabe hablar inglés (así son sus confusiones) con esa excusa obliga todos los días a un canadiense a tomar coffee y chicha morada, luego de explicarle qué es el chicharrón de calamar, que es algo parecido a nuestras rabas, nunca tan logrado. También hay un pibito de unos indescifrables catorce o diez y siete años, que no habla nada, ni peruano, ni ingles ni nada y  trabaja allí o a eso lo quieren instar. Cuando Don Carlos le habla a Wastawer (no estoy mezclando este relato con un personaje de Murakami, así se llama el pibe) sus palabras siempre van acompañadas de un imperativo: ánda, camina, muévete, habla de una vez Wastawer, por favor. Es curioso pero Carlos no lo agrede, ni lo maltrata, simplemente busca estimularlo porque este adolescente parece no tener fuerzas ni iniciativas que se emparenten con la actividad que debería desarrollar en el hospedaje, está claro que Wastawer no quiere estar allí y tal vez no quiera estar en ningún lugar del mundo más que en el mar con el aguita a la cintura.
Mientras tanto nosotros queremos estar aquí, en donde dulce de leche se dice manjar blanco, donde cebolla de verdeo se dice poro, bizcochuelo queque, en donde a un ave negra con cara de buitre y que se alimenta de carroña le dicen gallinazo y en donde en lugar de aquellas combis descriptas en el relato anterior, hay tantas moto-taxi como chinos caben en china, ellas remiten a las bici-taxi de la India, son eso, pero con la carrocería y el motor de una moto. O sea un redondo peligro
Acá se esta muy bien pero mañana salimos para Cabo Blanco, una caleta de pescadores en donde según dicen, Hemingway iba en busca de la pesca del Merlín, nosotros repetir algunas vivencias de estos días. Aquí se dicen muchas cosas pero nosotros vemos tantas otras.

11 ene 2011

Impresiones desde Lima



Por Nacho Fittipaldi, desde Lima.
Luego de haber cruzado la Cordillera de los Andes mientras el sol se ponía por detrás del Aconcagua, cuestionándonos la poca imaginación que se tiene para corroborar que aquello es lo impensado, llegamos a Lima en un vuelo muy tranquilo y placentero.
Lima pude ser definida como la ciudad que otrora fuera la base sobre la que se constituyó la colonización española, hace de eso mas de 500 años, pero también el sitio exacto en donde la medida palpable de la desigualdad social se hace más ostensible. Lima esta más pobre y más rica que hace nueve años cuando llegue aquí por primera vez. ¿Será mas pobre hoy que 500 años atrás?
Preguntárselo a un peruano sería necio, el peruano no contesta lo que uno le pregunta, más bien contesta lo que le va en gana:
-          Te hago una pregunta, ¿la terminal de ómnibus para ir a Trujillo donde queda?
-          No señor, vaya a Cuzco que es tantazo mas lindo!!
      Y ahí no mas empiezan a hablar del Cuzco y sus conveniencias respecto a Trujillo. Aclaro que geográficamente es como que te digan, no vayas a Jujuy andate a Bahía Blanca, y paisajísticamente es como que le recomienden a uno ir a Cataratas del Iguazú siendo que uno va a un lugar que se asemeja a Mar de las Pampas. Otra cosa curiosa aquí son los letreros, sabido es que en todos lados hay corrientes migratorias y que de la mano de eso van los inmigrantes legales (ideales) e ilegales (deleznables). Lógicamente todos buscamos  nuestra mejor opción de vida y algunos deciden irse de su país para eso. La cuestión es que en varios bares y restaurantes vimos cartelitos que rezaban “Necesito camarero/a con documento de identidad” Es como que te pidan carné de conducir para tomar un puesto de chofer de micro. La pregunta es quién se vendría de ilegal a Perú si como dijo Macri, ellos se vienen para nuestro país para matar el dolor de estómago.
El transporte público se compone por lo que vimos de un sistema de micros muy moderno (muy), otros parecidos a los nuestros y uno que no se parece a nada. Es un servicio de  combis que es el que predomina salvajemente y que pone en duda la idea de “transporte”, de vida y muerte; en cambio son un efectivo sistema de tortura para los hombres que medimos más de 1.60 de altura. Pao ni enterada. Uno viaja con las rodillas recogidísimas, al punto de quedar a la altura de la propia garganta, literalmente. Yo nunca pensé que mi cuerpo pudiera asumir esa pequeñez forzosa, típica de gimnasta chino con ganas de abandonar el régimen; lindo es cuando la combi frena para, o algo que simula una frenada, encallar su rauda marcha, entonces las tripas se constriñen, uno siente que se va a mear o a cagar encima, las tripas son en ese momento no más que un manojo de fideos mientras el comino ingerido hasta en el Té el día previo (¿hay tanto comino en el mundo para usarlo de manera tan indiscriminada?) hierve hasta el cerebelo y el eructo se impone entonces como muy liberador y razonable. En las combis hay un chofer, o suicida, y un sujeto diminuto (como todo peruano pobre) que cobra el boleto sólo unas 20 cuadras después de que uno haya subido sin que pareciera olvidar un sólo rostro; desde la puertecita del medio siempre abierta, él cuelga y va gritando los destinos hacia donde el bólido se dirige. Imaginen la misma cantidad de micros que hay en Capital Federal y agréguenle que usan mucho mas la bocina que nosotros y esa misma cantidad de diminutos sujetos alardeando, todos juntos y muy fuerte, destinos conocidos. Como si los pasajeros no supieran qué micro tomar para llegar a su casa o trabajo, ellos funden cuerdas vocales a mansalva. No entendemos por qué lo hacen ya que esos destinos están inscriptos en los laterales de las combis que como pequeños panes lactales vencidos se dirigen hacia la muerte segura.
Si la idea de “nunca”, es asimilable a dos días, podemos decir que las combis nunca chocan. Lima es un quilombazo en su parte pobre y un remanso de agua verdosa en su fase ricachona, aledaña y bella al pacifico. Enormemente antigua y bella en Barranco, barrio donde vivía la Chabuca, el lugar en donde paramos estos dos días, desde donde ahora nos estamos yendo a Trujillo pese al consejo de ir al Cuzco.
Ahh, el peruano también es muy de mear en cualquier lado.

7 ene 2011

Vacaciones


Nos vamos al Norte de Perú. A las 6.40 AM del domingo 9 de enero, el avión de TACA despegará de suelo argentino y nos llevara hasta la ciudad de Lima, estuve allí hace nueve años. Pao y yo. Desde allí treparemos por la costa del océano pacifico hasta la frontera con Ecuador, luego de cruzarla calculamos que nos quedaran siete días mas, hasta llegar a Guayaquil, después emprender el regreso. Siempre queremos irnos y siempre queremos volver.
Nos vamos  escapando de todas las certezas que ostenta Fernando Bravo. Mas bien buscamos esa incertidumbre de los caminos, esas rutas que parecen no ser recorridas hace años, la gente que allí habita (o deambula) parece escapando (aún) de la colonización española, esas rutas abandonadas a quienes quieran recorrerlas, esos mapas alejados de la costa atlántica, esos mismos trazados que pergeñaron las culturas preincaicas e incaicas. Sus ruinas. Buscamos el espacio en el tiempo en el que nos unimos de una manera exclusiva, solo nosotros comprendemos de qué hablamos, vamos en busca de nuestro tiempo, un tiempo que nos depara sorpresas, decisiones impulsivas y netamente de presentimientos, no tenemos hoja de ruta y entonces iremos a donde nos lleve el viento, donde otros viajeros nos recomienden ir, buscamos pescado fresquito, mesas a la sombra, frituras hirvientes y bahías en donde compartir cervezas heladas, charlas intrascendentes y un sol chorreando imponencias sobre el plato de cebiche. Buscamos esas 24 horas que dicen que dura un día, ese tiempo en el que un día dura un día y veinte días una eternidad fragilísima.
Nos vamos juntos de vacaciones por tercer año consecutivo, al lugar que nosotros elegimos concienzudamente, una tarde cualquiera, fría, tomando mate en la cama, con una manta que nos cubría los pies descalzos.
Vamos y volvemos, habitando la ida.